Crítica:

Silencio en tiempos de ruido

El imperio mediático, definitivamente instalado en el mundo del arte, produce ruido. El ruido no sólo impide escuchar los sutiles matices de los armónicos, sino que quiebra la calma que necesita el espíritu creador. Malo, por tanto, para el arte. Los artistas actuales, más preocupados por su proyección mediática en ferias y revistas que en conseguir una cierta coherencia en su producción plástica, cavan con ahínco el hueco en el que enterrar el arte, mientras sonríen complacidos a la cámara. Es difícil encontrar hoy artistas que sigan pensando y trabajando fuera de la pista de ese baile en el ...

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El imperio mediático, definitivamente instalado en el mundo del arte, produce ruido. El ruido no sólo impide escuchar los sutiles matices de los armónicos, sino que quiebra la calma que necesita el espíritu creador. Malo, por tanto, para el arte. Los artistas actuales, más preocupados por su proyección mediática en ferias y revistas que en conseguir una cierta coherencia en su producción plástica, cavan con ahínco el hueco en el que enterrar el arte, mientras sonríen complacidos a la cámara. Es difícil encontrar hoy artistas que sigan pensando y trabajando fuera de la pista de ese baile en el que se ensordecen con el ruido metálico de los beneficios del mercado.

De entre esos pocos, expone ahora Guillermo Lledó (Madrid, 1946), un corredor de fondo, un desconocido que lleva más de treinta años caminando con paso firme por una senda que se trazó desde el principio sin distraerse con el fragor que emana machaconamente del amplificador mediático. Ulises mandó que le ataran al palo mayor de su nave para no sucumbir al dulce canto de las sirenas. Lledó se ha atado a su propio trabajo, sin prestar la más mínima atención al ritmo vacuo del bacalao mercantil. Hombre de su época, cuando la pintura parecía que tenía algo que decir, a mediados de los años setenta, comenzó haciendo una pintura realista y objetiva, escrutando en sus cuadros de entonces las formas más frías de la cotidianidad hasta lograr hacer extraños los elementos más inmediatos. Así, sin contaminaciones externas, esas formas objetivas de la realidad visual se convirtieron en abstracciones geométricas que juegan con la ambigüedad entre el hiperrealismo y el distanciamiento minimalista.

GUILLERMO LLEDÓ

Galería Egam

Villanueva, 29. Madrid

Hasta el 6 de abril

Del mundo de la ilusión representativa pasó, a principios de los años ochenta, al de la construcción de volúmenes con materiales reales, crudos e industriales, es decir, pasó a lo que impropiamente llamamos escultura. En sus manos, lo real se vuelve inmaterial, a pesar de mantener un vínculo físico con el mundo funcional y con los procedimientos constructivos. El rigor conceptual y compositivo de su trabajo ha dado como resultado unas obras esencialistas y contenidas, despojadas de alusiones y alegorías, en las que lo físico y lo matérico se torna conceptualización y geometría, es decir, abstracción primaria. Detrás quedan treinta años de trabajo silencioso, los que ahora se muestran en esta pequeña exposición, durante los que ha tenido el privilegio de poder escuchar aquella sutilísima armonía que, para los pitagóricos, producen las esferas celestes en su concordancia.

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