Crítica:

La bisagra luminosa

Habitación 523, título de la exposición de José Manuel Ballester en el Retiro madrileño, ha tenido como comisario a Pedro de Azara, arquitecto, profesor y ensayista catalán. El que el artista madrileño, nacido en 1960, haya llegado a exhibir su obra en el Palacio de Velázquez, desde hace tiempo templo heráldico de lo más in nacional e internacional, era algo poco previsible tomando en cuenta lo que fue o se creyó que era su primera trayectoria como artista "realista".

Nadie entonces le discutía su talento técnico como dibujante, pintor y grabador, pero su estilo parecía d...

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Habitación 523, título de la exposición de José Manuel Ballester en el Retiro madrileño, ha tenido como comisario a Pedro de Azara, arquitecto, profesor y ensayista catalán. El que el artista madrileño, nacido en 1960, haya llegado a exhibir su obra en el Palacio de Velázquez, desde hace tiempo templo heráldico de lo más in nacional e internacional, era algo poco previsible tomando en cuenta lo que fue o se creyó que era su primera trayectoria como artista "realista".

Nadie entonces le discutía su talento técnico como dibujante, pintor y grabador, pero su estilo parecía demasiado obsoleto como para prestar atención a lo que hacía. No obstante, desde hace unos años, sin dejar de pintar, Ballester usó también la fotografía para expresarse y, a partir de ese momento, significativamente se convirtió en "interesante", aunque su mundo o, si se quiere, su temática seguían siendo, hasta cierto punto, los mismos: el espacio, o, para mayor precisión, el espacio de interiores como receptáculo y vehículo de la luz. En este sentido, su "paso" a la fotografía estaba, como quien dice, "cantado", pero hay que agradecer a esta exposición, que reúne 72 obras, entre 1995 y 2004, su demostración.

JOSÉ MANUEL BALLESTER. HABITACIÓN 523

Palacio de Velázquez

Parque del Retiro. Madrid

Hasta el 8 de mayo

Es cierto que encuadrar imá-

genes de espacios inseminados luminosamente en un espacio arquitectónico monumental tan resplandeciente, como el Palacio de Velázquez, es todo un desafío, que, quizá, ante la disyuntiva de subrayar la compleja unidad de la trayectoria de Ballester, no resuelve siempre bien el montaje; pero, aun así, la obra de Ballester sale fortalecida de esta difícil experiencia. Con fotografías sobre lona, más monumentales y matizadas, o sobre papel Fuji, papel Kodak o Cibachrome, más brillantes y casi como esmaltadas, como cuando combina acrílico y fotografía, o, en fin, cuando realiza dibujos, óleos o acrílicos sobre papel encolado y tabla, de trazo y atmósfera más austeros, Ballester no sólo aborda un variado elenco de interiores públicos y privados, sino las dinámicas corrientes dramáticas de la interpenetración del espacio -puertas entreabiertas, corredores, pasillos, etcétera- o la panorámica más estática de los grandes interiores vacantes.

En cualquier caso, tanto como cuando la luz está movilizada en su zizagueo espacial, como cuando detiene su ritmo temporal, eligiendo sus momentos cenitales del mediodía o de la medianoche, como sendas cajas de transparencia blanca o negra, hay en Ballester algo de la fijación metafísica de la luz, de naturaleza veermeriana, como si la cincelara. De esta manera, está como en una bisagra entre la tradición y la modernidad, pero sin el énfasis de retórica explicitud que hoy se practica al respecto. A mi juicio, es así más original y, desde luego, poético, con esa poesía cogida al contrapelo de los tiempos, muy de los orientales, de los japoneses, de refinadísima estirpe artística muy antigua, abocada de súbito al amoldamiento espectacular moderno.

'Espacio 7' (2003), fotografía y acrílico sobre papel, de José Manuel Ballester.

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