Crítica:

Palabras vacías

En las dos últimas décadas Paloma Navares (Burgos, 1947) ha consolidado una manera personal de realizar sus obras basada en la fotografía, en el empleo de luz y en la tecnología del vídeo, que ha utilizado para mostrar imágenes del cuerpo en diferentes situaciones. A lo largo de todas estas obras la artista ha depurado unos procedimientos característicos realizando construcciones objetuales eficaces desde el punto de vista visual y muy bien acabadas en cuanto a la técnica. Esto se nota muy claramente en la actual exposición y en una obra como la "instalación" Cantos rodados, en la que c...

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En las dos últimas décadas Paloma Navares (Burgos, 1947) ha consolidado una manera personal de realizar sus obras basada en la fotografía, en el empleo de luz y en la tecnología del vídeo, que ha utilizado para mostrar imágenes del cuerpo en diferentes situaciones. A lo largo de todas estas obras la artista ha depurado unos procedimientos característicos realizando construcciones objetuales eficaces desde el punto de vista visual y muy bien acabadas en cuanto a la técnica. Esto se nota muy claramente en la actual exposición y en una obra como la "instalación" Cantos rodados, en la que cientos de transparencias fotográficas de piedras cuelgan de unos finos prendedores de acero inoxidable, impecablemente realizados.

PALOMA NAVARES

Galería Max Estrella

Santo Tomé, 6. Madrid

Hasta el 24 de marzo

Es de agradecer, en una época en la que se está primando el denominado "arte guarro", contemplar estas obras de imagen tan nítida, ejecutadas con cariñoso esmero, en las que se aprecia una dedicación en el detalle y una limpieza en la ejecución. Pero, esto sólo no es suficiente. El conjunto de obras que presenta Paloma Navares está formado por imágenes fotográficas y videográficas de piedras abrasadas por el agua del mar que la artista ha recogido y agrupado, tras marcar en ellas algunas epigrafías e imágenes. Recurriendo a la capacidad metafórica que sustenta toda obra de arte, el espectador puede libremente ver en estos cantos de deriva desde el mensaje en la botella, transmutado en piedra, que el oleaje arroja en la playa, hasta un eco de las inscripciones de la célebre piedra de Roseta. Sin embargo, ¿qué es lo que la artista pretende?

La ambigüedad e incohe-

rencia del texto de presentación que la propia artista firma nos descubre que detrás de las bellas imágenes de piedras no hay nada, que las inscripciones que portan carecen de sentido, librándonos así de ser el Champollion que las debe descifrar. No hay nada que traducir. Como diría John Cage, otro artista que se interesó por las piedras de la playa, son empty words (palabras vacías). El propio John Cage llegó a la conclusión, después de dedicar cuarenta años de su vida al estudio de la filosofía zen-budista, de que las piedras no son ni grandes ni pequeñas, sino sólo piedras. Él, buen alumno de Duchamp, lo contaba riendo, como si fuera un chiste, sin conferir ni a sus piedras ni a sus palabras trascendencia artística.

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