Análisis:A pie de obra | TEATRO

¿Dónde vas, MacHeath?

No me creerán, pero es la primera vez que voy al Teatro Central de Sevilla. Un teatro estupendo, con una temporada de superlujo. Carles Santos, Odin Teatret, Anne Teresa de Keersmaeker, Sol Picó, Rigola, Schaubühne, Josef Nadj, etceterísima. Que se llame Central tiene su guasa, porque está en Isla Cartuja, o sea, lejos, estilo Nanterre. Otra curiosidad: los asientos no están numerados. La gente entra como una manada de castores hambrientos, devora la oferta, desaparece. Manolo Llanes, su programador, acaba de marcarse otro tanto: el estreno en España de The Busker's Opera, el nuevo espe...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

No me creerán, pero es la primera vez que voy al Teatro Central de Sevilla. Un teatro estupendo, con una temporada de superlujo. Carles Santos, Odin Teatret, Anne Teresa de Keersmaeker, Sol Picó, Rigola, Schaubühne, Josef Nadj, etceterísima. Que se llame Central tiene su guasa, porque está en Isla Cartuja, o sea, lejos, estilo Nanterre. Otra curiosidad: los asientos no están numerados. La gente entra como una manada de castores hambrientos, devora la oferta, desaparece. Manolo Llanes, su programador, acaba de marcarse otro tanto: el estreno en España de The Busker's Opera, el nuevo espectáculo de Robert Lepage. Una versión libérrima de The Beggar's Opera, de John Gay, el protomusical (Londres, 1728) en el que Brecht y Weill se inspiraron, por decirlo amablemente, para su Ópera de cuatro cuartos. Lepage quería hacer la función de Brecht, pero, por lo visto, sus herederos se pusieron farrucos con los derechos. Quien dice herederos dice representantes, abogados y, en fin, todos los que viven del cordero. Solución: montar la obra de Gay, que está más muerto. Y, de paso, ciscarse un poco en el mundo de la industria musical, para sacarle réditos a la rabieta. Lepage tendrá sus motivos, pero The Busker's Opera se resiente muy mucho de ese mezclar churras con merinas. MacHeath (Marco Poulin) no es aquí el chulo navajero de Gay y Brecht sino el líder británico de los Highwaymen, un grupo de ska (mitad Clash, mitad Specials) que tuvo algún que otro éxito en los ochenta pero malvive tocando en garitos, explotado por Samuel Peachum (Kevin McCoy) que, naturalmente, es un agente artístico más malo que el Swan de El fantasma del paraíso. Todos los personajes están metidos en la cosa musical, venga a cuento o no. Polly, la hija de Peachum y esposa de MacHeath, es una maga del scratch, por ejemplo. ¿Aporta eso algo a la narración? No, pero Julie Fainer se luce con un solo que ni Lee Perry. ¿Tiene algún sentido que MacHeath se vaya a Estados Unidos? A mi entender tampoco, pero sirve para que a) Lepage y compañía hagan algunos chistes de manual (o sea, modelo Michael Moore) sobre los republicanos y la pena de muerte y, sobre todo, b) para que The Busker's Opera se convierta en una visita guiada por los principales estilos musicales americanos. ¿Llegamos a Nueva York? Rap al canto. ¿Una cárcel en Atlantic City? Bonito homenaje a Johnny Cash. ¿Las Vegas? Venga un mano a mano estilo Frankie & Dino entre Sam Peachum y su socio, el abogado corrupto Rashid Lockit (Jean René). ¿Nueva Orleans? Descarga de zydeco. ¿Huntsville, Tejas? Una sesión de bluegrass. Y no sólo música "tradicional" americana. A mitad de la obra nos enteramos de que Lucy Lockit (Véronika Makdissi), la amante americana de MacHeath, es árabe, y de que Polly es judía, lo que no parece tener otra razón que la de montarles una pelea cantada donde cada una guapea con aires de su tierra. Más tarde, en Las Vegas, volvemos a encontrarnos con Mamá Peachum, que había empezado la función gorjeando torch songs, y de repente emerge como un cruce entre Carmen Miranda e Yma Sumac, quizá porque eran las imitaciones favoritas de la actriz, Fréderike Bédard, que nos sirve un medley delirante de Star Wars, Perdidos en el espacio y The Inmigrant Song, de Led Zeppelin. El sentido se me escapa pero, de nuevo, la escena es un regalo. También hay unos cuantos madrigales de la partitura original, y las canciones de Jenny (Claire Gignac), una yonqui del Bronx que parece Courtney Love y canta clavadita a Marianne Faithful, y una inquietante "música incidental" en la más pura línea Barry Adamson. De hecho, todo el libro, o lo que queda de él, no parece sino un puro pretexto para que los diez miembros de la compañía luzcan sus impresionantes habilidades como músicos y cantantes. O instrumentistas: la velada arranca con un maravilloso solo del percusionista Fréderic Lebrasseur, en el rol de un músico callejero (el busker del título), sin más armas que una caja de cartón y varios botes de hojalata (lástima que a los diez minutos ya no exista como personaje); casi al final, durante la última cena de MacHeath, hay otro número en el que los camareros aporrean magistralmente platos y vasos y que se diría coreografiado por Tati. Hay, pues, una verdadera sobredosis de música: algo así como treinta piezas llegué yo a contar y a aplaudir. Naturalmente, poco espacio queda para colar la trama. Digamos que a MacHeath le van metiendo una y otra vez en la cárcel porque Peachum y Lockit tienen muchas influencias, y al final me lo ejecutan con inyección letal. El motivo es lo de menos: lo que importa es el mensaje. Y el mensaje es que los pringados siempre pringan, pero, como cantan todos en el coro final, algún día heredarán la tierra.

No diré que no se vea la mano mágica de Lepage. La multiplicidad de escenarios se resuelve con un biombo de ocho lados que comienza siendo una doble cabina telefónica y luego muta en peep show, celda, habitación de hotel, tugurio, sala de fiestas y lo que haga falta. La gran estrella tecnológica del espectáculo no es ostentórea, como diría Jesús Gil, sino discreta y muy útil: un monitor de vídeo móvil, tremendamente móvil, que traza travellings, atrapa primeros planos y angulaciones cenitales, sugiere fondos, sobreimpresiona imágenes y, por el mismo precio, traduce las letras de las canciones. Lepage firma, según el programa, la creación y la puesta en escena. Martin Bélanger, la dirección musical. Kevin McCoy, la dramaturgia. O McCoy no ha hecho sus deberes o Lepage echó la firma demasiado rápido. Predomina la sensación de que The Busker's Opera ha pasado por muchas manos y/o ha tenido muchas versiones, y que la del Central no es, desde luego, la definitiva. Los ingleses, que son muy finos, le llaman a eso work in progress. Nosotros tenemos una frase más concreta, más rotunda, más esperanzadora: "Lo arreglaremos en gira".

Archivado En