Columna

Aviador

Lo malo de construirse un personaje misterioso es que uno tiene que estar a la altura del misterio. Pienso esto al ver en enormes carteles publicitarios a Robert de Niro haciendo, otra vez, el payaso en una comedia con mucha sobreactuación y ninguna gracia. Lo veo, iluminado por las farolas y por el reflejo cegador de la nieve, que ha dejado las calles vacías y da a la noche un aire teatral. He salido conmocionada de casa después de ver en televisión, una vez más, Toro salvaje. En mi mente resuenan las palabras del Evangelio con las que Scorsese cierra la historia del toro de Bronx: "Só...

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Lo malo de construirse un personaje misterioso es que uno tiene que estar a la altura del misterio. Pienso esto al ver en enormes carteles publicitarios a Robert de Niro haciendo, otra vez, el payaso en una comedia con mucha sobreactuación y ninguna gracia. Lo veo, iluminado por las farolas y por el reflejo cegador de la nieve, que ha dejado las calles vacías y da a la noche un aire teatral. He salido conmocionada de casa después de ver en televisión, una vez más, Toro salvaje. En mi mente resuenan las palabras del Evangelio con las que Scorsese cierra la historia del toro de Bronx: "Sólo sé que estaba ciego y ahora puedo ver". Un historia de redención y de aprendizaje traumático. La de De Niro parece construida justo al revés, de ser un actor que ofreció las mejores interpretaciones del cine reciente se dejó caer por una pendiente de películas que bien podría ahorrarse. Ni siquiera tiene la excusa de lo malo que es el cine que se hace en su país porque él, rey absoluto del barrio de Tribeca, tendría dinero para mejorarlo. Y ese carácter impenetrable, que siendo un gran artista tenía su encanto, resulta antipático para el actor de Los padres de la novia II.

Ver Toro salvaje es ver también la historia de Martin Scorsese. Es prodigioso imaginar cómo ese muchacho de obsesiones teológicas, familia humilde y físico apocado, llevó a la pantalla la violencia y el pulso de su ciudad. Supo contar como nadie qué es lo que sucede cuando la gran metrópoli dice, aquí estoy yo, y descarga sobre el individuo toda su crueldad y lo convierte en un loco, en un fracasado o en un miserable. Ahora los carteles anuncian Aviator, película con la que el mundo del cine quiere recompensar a ese gran director poco premiado, pero como bien decían críticas certeras, es imposible empatizar con Howard Hughes: el millonario caprichoso que luchó contra el sistema. ¡Ja! Scorsese, sin embargo, sí parece comprender a ese pesado de Hughes. Al fin y al cabo, él también hace una ostentación disparatada de medios para contar la vida de un personaje completamente hueco, tan imbécil como Donald Trump, pero situado en una época más glamourosa. Viendo Aviator sentimos nostalgia de aquel otro director más modesto pero que iba por el mundo con los ojos bien abiertos, que era consciente del latido humano.

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