Tribuna:

Una identidad distinta

El búho de Minerva sólo alza su vuelo al atardecer, gustaba de recordar Hegel: sólo cuando la historia termina de realizarse aparece el concepto de lo que ha sucedido. Viene a cuento recordarlo aquí y ahora, porque, como Luis Daniel Izpizua subrayaba en un reciente artículo lleno de contenido optimismo, uno de los hechos más trascendentales que está teniendo lugar entre nosotros en los últimos diez años, el nacimiento y consolidación de un movimiento cívico, que se plasma parcialmente en la plataforma Aldaketa, apenas si es percibido en su real importancia por la opinión pública. Todos examina...

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El búho de Minerva sólo alza su vuelo al atardecer, gustaba de recordar Hegel: sólo cuando la historia termina de realizarse aparece el concepto de lo que ha sucedido. Viene a cuento recordarlo aquí y ahora, porque, como Luis Daniel Izpizua subrayaba en un reciente artículo lleno de contenido optimismo, uno de los hechos más trascendentales que está teniendo lugar entre nosotros en los últimos diez años, el nacimiento y consolidación de un movimiento cívico, que se plasma parcialmente en la plataforma Aldaketa, apenas si es percibido en su real importancia por la opinión pública. Todos examinamos con una lupa obstinada a los náufragos radicales, como si en sus estertores pudiera vislumbrarse algún augurio significativo para el futuro, sin darnos cuenta de que lo relevante está surgiendo entre nosotros mismos, los que miramos, no en quienes son objeto inmerecido de nuestra atención.

El contrapunto escéptico y sarcástico lo ponía la pluma de Pedro Ugarte días después: critican la división en bloques, pero se postulan como únicos poseedores de la razón. ¡Qué gran contradicción¡ Cierto, es posible que así parezca desde la concepción al uso de la política, una visión que la reduce a la pugna entre dos sectarismos. Si la política vasca fuese sólo una sempiterna pelea entre dos reduccionismos nacionalistas, el vasco y el español, si se sustanciara toda ella en la metáfora de los trenes, sería risible la pretensión de cualquiera de los maquinistas de poseer la razón. Pero es que la política es algo muy distinto, incluso entre nosotros. Lo decía Hanna Arendt: la política es una empresa frágil y evanescente, devaluada ante el atractivo de los intereses privados y el imperio de lo económico; probablemente es la más fútil de todas las acciones humanas. Y no obstante, es la única que dota de sentido a la realidad que vivimos, porque trata del estar juntos los unos con los otros diversos; de construir entre todos un espacio público para representar allí nuestros relatos vitales. Por eso, quienes sólo intentan que la construcción de ese espacio público sea una tarea común, previa al contenido que quiera luego cada cual aportar a él, no pueden ser enjuiciados en el mismo plano que quienes más bien pretenden inundarlo y coagularlo con un único relato dominante, el suyo.

¿En qué consiste aquel activismo cívico? En mi opinión, su concepto viene determinado por la trayectoria que va desde una posición inicial defensiva y puramente negativa ("no ser nacionalistas") a otra que afirma una nueva identidad ("ser no nacionalistas"). Puede parecer un juego de palabras, pero no lo es. Juan Pablo Fusi comentó ya hace tiempo la importancia de la identidad-no-nacionalista en las sociedades con fuerte sentido identitario. La afirmación fuerte, siempre pugnaz, del nacionalismo vasco desde la transición democrática generó una reacción inicial desconcertada y negativa: suponer en nosotros mismos una ausencia, una carencia. Ellos tenían conciencia nacional, nosotros no. Pero la misma puesta en cuestión de nuestra personalidad política, sobre todo al adoptar tintes violentos, terminó generando un replanteamiento crítico de las bases mismas de toda identidad.

Les recomiendo un texto filosófico reciente de Román Cuartango (Autodeterminarse. Acerca de la conducción de la propia vida) para entender mejor lo que aquí vulgarizo en forma bastante pedreste. Allí se explica cómo existe una posición del espíritu humano que es el más allá (o el más acá) respecto de cualquier identidad particular, y que esta posición ha sido históricamente la de la Ilustración. La tradición ilustrada nació por el afán de dar cuenta de un punto de vista moral neutral (justo) y no particular ante la ineficacia de las tradiciones particularistas concretas para alcanzar un acuerdo de convivencia. Entraña una desafección radical de toda fijación identitaria, un desprendimiento imprescindible para poder ulteriormente buscar una u otra identidad. Sus ideas fuerza son la fundamentación racional, el universalismo y el liberalismo. Ése es el suelo en el que tiene que apoyarse necesariamente cualquier identificación posible para el hombre, sea ésta individual o colectiva. Porque, a partir de la Ilustración, el identificarse se convirtió en un tema necesariamente sometido a evaluación racional.

Pues bien, creo que es a este punto, a este sustrato racional común y previo a cualquier acto de identificación, al que arribamos los huérfanos del sentimiento nacional, y a partir de él fuimos reconstruyendo una nueva identidad: la identidad no nacionalista. Reconocemos que la razón no es la única substancia que existe, y que posee sus propias patologías. Por eso la vida humana necesita anclajes contextuales, precisa de adoptar ésta o aquella identidad. No negamos la legitimidad de las identidades nacionales, que tienen un valor apreciable para la construcción de la narratividad personal. Pero la forma de ser del hombre es un ir y venir entre la identidad y la libertad, una capacidad universal para cuestionar sus propios marcos culturales y hacerlos pasar ante el tribunal de la crítica. No se trata de establecer una forma de vida universal en la que no quede lugar para ninguna particularidad (la abstracción no puede ser nuestro hogar), pero sí de evitar que ninguna forma particular se absolutice y se solidifique, convirtiendo a los seres humanos en meras funciones. Peligro que existe entre nosotros.

En mi particular opinión, Aldaketa no se plantea como un debate entre o sobre identidades, no pretende evaluar, desplazar o condenar a ninguna, y menos aún a la más fuerte de las que coexisten entre nosotros. No pretende tanto discutir de contenidos cósicos como hablar de la urdimbre arquitectónica del espacio político. La comunidad política no es una prolongación de la naturaleza sino, por definición, una construcción artificial entre ciudadanos libres. Y en esto sí creemos tener toda la razón. Pero somos pragmáticos, así que si tiene usted una idea mejor, venga y discutámosla.

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José María Ruiz Soroa es abogado.

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