Columna

Navidad

Mientras Aznar y Zapatero, en sus respectivas comparecencias nos mantenían boquiabiertos con sus portentosas hazañas de oralidad, el ciclo navideño, con la humildad implacable de los calendarios, ha venido a ocupar sigilosamente el lugar que le tenemos reservado en nuestras vidas. La paradoja está servida. Con un aluvión de argumentos, nuestros líderes nos han informado acerca de la información y acerca de la información sobre la información, y, de un modo sesgado, también sobre el uso dado a dicha información, lo cual, a mi entender, invalidaría cuanto antecede, porque la información es lo qu...

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Mientras Aznar y Zapatero, en sus respectivas comparecencias nos mantenían boquiabiertos con sus portentosas hazañas de oralidad, el ciclo navideño, con la humildad implacable de los calendarios, ha venido a ocupar sigilosamente el lugar que le tenemos reservado en nuestras vidas. La paradoja está servida. Con un aluvión de argumentos, nuestros líderes nos han informado acerca de la información y acerca de la información sobre la información, y, de un modo sesgado, también sobre el uso dado a dicha información, lo cual, a mi entender, invalidaría cuanto antecede, porque la información es lo que está ahí, y si se puede usar de tal o cual modo, ya no es información, sino otra cosa cuyo nombre ignoro. Y su exposición, mero pugilato.

Más sabiamente, la tradición navideña actúa a la inversa. Los evangelios apócrifos rodean el nacimiento de Jesús de profusión de milagros y transformaciones y de personajes pintorescos: comadronas incrédulas, parientes hospitalarios o desabridos, reyezuelos suspicaces, bandoleros generosos, e incluso una visita sorpresa de la propia Eva, ya entrada en años, al portal de Belén. Los evangelios canónicos, por el contrario, reducen la relación a casi nada. San Marcos y San Juan pasan por alto un acontecimiento tan señalado; San Mateo refiere el episodio de la estrella y los magos. A San Lucas debemos el pesebre, los ángeles y los pastores. Sobre estos detalles mínimos apenas esbozados, la civilización occidental ha construido una imaginería en torno a la cual gravita un número considerable de obras de arte, el paso ritual de las estaciones, las manifestaciones de nuestra vergonzante sensiblería y una operación comercial que mantiene la economía a flote hasta el verano. Cierto es que ya nadie se lo toma en serio, que todo funciona por inercia social, pero en fin de cuentas, ni el esfuerzo conjunto y extenuante de Aznar y Zapatero han logrado este año hacerle sombra. O quizás sí y estamos entrando en una nueva era donde el dato verificable prevalecerá sobre la sugerencia y la información sobre la mitología. En previsión de que así fuera, yo les deseo a ustedes felices fiestas y próspero año nuevo, y me apresuro a comunicárselo por si esta información les puede ser de algún provecho.

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