Análisis:ANÁLISIS | NACIONAL

La dialéctica de los puños

LAS CRISIS INTERNAS de los partidos tras sufrir una derrota electoral son especialmente graves si sus dirigentes daban por descontada la victoria y albergaban la ensoñación de mantenerse indefinidamente en el poder: el PP es un paradigma de esa ebria identificación de los partidos con el Gobierno, con el Estado e incluso con la nación a causa de un largo ciclo de hegemonía política. Las soterradas corrientes de pesimismo y desmoralización provocadas por el tropiezo del 14-M comienzan a romper la delgada capa de proclamas retóricas sobre la unidad monolítica y la disciplina férrea del PP. Despu...

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LAS CRISIS INTERNAS de los partidos tras sufrir una derrota electoral son especialmente graves si sus dirigentes daban por descontada la victoria y albergaban la ensoñación de mantenerse indefinidamente en el poder: el PP es un paradigma de esa ebria identificación de los partidos con el Gobierno, con el Estado e incluso con la nación a causa de un largo ciclo de hegemonía política. Las soterradas corrientes de pesimismo y desmoralización provocadas por el tropiezo del 14-M comienzan a romper la delgada capa de proclamas retóricas sobre la unidad monolítica y la disciplina férrea del PP. Después de los conflictos -mejor o peor resueltos- de Galicia y de Madrid, el XI Congreso Regional de la Comunidad Valenciana, celebrado durante el último fin de semana, y la preparación del Congreso Provincial de Alicante, han hecho aflorar el invierno del descontento de los militantes del PP.

Mientras Zaplana fabula que el 11-M fue un "atentado teledirigido" para que el PP perdiese las elecciones, sus seguidores alicantinos llegan a las manos con los partidarios del presidente Camps

La negociación para lograr una candidatura unitaria y para firmar la paz realizada en vísperas del congreso regional -con los buenos oficios apaciguadores de Mariano Rajoy- entre los partidarios del actual presidente de la Generalitat y del PP de la Comunidad Valenciana, Francisco Camps, y su antecesor en ambos cargos, Eduardo Zaplana, ha saltado por los aires. Los compromisarios de la facción de Zaplana en el XI Congreso castigaron de manera oculta a Camps con un 22% de votos en blanco. Al día siguiente de concluida la asamblea, las tensiones entre ambas facciones saldrían con violencia a plena luz en Alicante, el feudo de Zaplana que celebrará en diciembre su congreso provincial. La policía se vio obligada a intervenir en Elche para impedir la rotura de urnas y las agresiones físicas entre zaplanistas y campistas. Las facciones rivales se acusan mutuamente de falsear los censos y el recuento de papeletas en la elección de los compromisarios designados para la próxima asamblea provincial.

El carácter insólito del conflicto alicantino radica en que Zaplana, jefe de la agresiva facción derrotada en Valencia con la complicidad de Rajoy, aparece ante la opinón pública de toda España como el tercer hombre del partido gracias a su condición de aguerrido y omnipresente portavoz parlamentario. Si finalmente se lo permitiesen, Zaplana sería mañana el representante del Grupo Popular en la comparecencia del ex presidente del Gobierno y presidente de honor del PP, José María Aznar, ante la comisión de investigación sobre el 11-M. En su alocución al XI Congreso valenciano, Zaplana hizo suya la grotesca versión conspirativa del atentado del 11-M que el director del diario El Mundo viene predicando por tierra, mar y aire desde hace meses; según Ramírez, la autoría intelectual del crimen -materializado por delincuentes comunes y narcotraficantes- correspondería a una misteriosa trama constituida por etarras, terroristas islamistas, agentes de los servicios secretos marroquíes y policías y guardias civiles españoles conectados con el PSOE.

Zaplana afirmó hace ocho días que los trenes de la muerte fueron "un atentado teledirigido" para hacer perder las elecciones al PP; Acebes ratificó poco después su versión paranoica -expuesta ya a finales de julio al comparecer ante la comisión- de que el crimen estuvo "pormenorizadamente diseñado", incluida la siembra de falsos señuelos probatorios. El aferramiento del PP a esa absurda tesis conspirativa podría implicar su suicidio político. Hasta Edurne Uriarte -firme defensora de la estrategia antiterrorista de Aznar- se extraña de que los populares hayan asumido una fabulación periodística no sólo carente del respaldo de los hechos, sino incompatible también como hipótesis con "la estructura ideológico-cultural de ETA" y con la capacidad de predicción racional de los efectos del atentado sobre las elecciones; la conclusión de esta simpatizante del PP es que "los líderes políticos se juegan su credibilidad y solidez cuando no son capaces de sostener las conjeturas" sobre las que descansa su línea de actuación ('Los tres pies del gato', Abc, 23-11-2004).

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