Columna

Neguemos la guerra

Absolutamente recomendable, el libro de memorias de José Ramón Recalde, Fe de vida, no se limita a actualizar el pasado, a trazar las líneas, a veces quebradas, del compromiso del autor, sino que es en sí mismo un acto de compromiso. Permítanme explicarme. En la reciente presentación de su libro en la librería Lagun, José Ramón se mostraba partidario todavía del engagement, postura que se hace igualmente explícita en Fe de vida. Pero también los conceptos tienen su historia, y en la memoria de José Ramón Recalde el compromiso despliega la suya en íntima vinculación con su ...

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Absolutamente recomendable, el libro de memorias de José Ramón Recalde, Fe de vida, no se limita a actualizar el pasado, a trazar las líneas, a veces quebradas, del compromiso del autor, sino que es en sí mismo un acto de compromiso. Permítanme explicarme. En la reciente presentación de su libro en la librería Lagun, José Ramón se mostraba partidario todavía del engagement, postura que se hace igualmente explícita en Fe de vida. Pero también los conceptos tienen su historia, y en la memoria de José Ramón Recalde el compromiso despliega la suya en íntima vinculación con su experiencia personal. Comprometerse, en su caso, conlleva una tarea de indagación que afecta a la misma sustancia del concepto: significa hallar el fundamento mismo desde el que me comprometo. Y Fe de vida nos narra la historia de esa indagación, una tarea inacabada que, como ejemplar ejercicio de la memoria, se abre al futuro. Es por esto por lo que puedo afirmar que el libro de Recalde es un acto de compromiso, porque su memoria no se vierte sobre una historia que se da por cerrada, un pasado perfecto, sino que se ejerce en un futuro imperfecto del que tampoco queda excluido el misterio. La actualidad se muestra palpitante en este libro, y en él se nos habla desde hoy mismo, para hoy mismo y para las incógnitas que abren este hoy a todas nuestras preguntas.

Es justamente desde este hoy que nos afecta desde donde le tomo prestado al libro de José Ramón el título de mi columna. En uno de sus capítulos, al referirse a los crímenes del GAL, se desarrolla una reflexión de la que quiero hacerme eco dada su extrema actualidad. La actuación de ese grupo criminal sólo hallaría explicación desde una lógica de la guerra, es decir, si el Estado se hallara en guerra contra ETA. Es desde esa lógica como los terroristas explican sus acciones. Ellos sí se declaran en guerra contra lo que denominan el Estado opresor español, del que esperan, sin embargo, una respuesta acorde a la de un Estado de Derecho. Sin duda, juegan con ventaja, pero el Estado democrático no debe caer en la trampa de su desafío y responderles con la misma moneda.

Nosotros, afirma Recalde, no estamos en guerra con ETA. No lo estamos por un acto de voluntad, pero también como fruto del análisis más coherente, más justo y más útil. Por lo tanto, las armas de la guerra nos están vedadas, y a resultas de ello el enemigo nos plantea, sigue diciendo Recalde, dos alternativas diferentes: "La primera consiste en, por una parte, afirmar la legitimidad de su guerra pero la necesidad de que le apliquemos las garantías del Estado de Derecho; la segunda, que reconozcamos, no sólo su legitimidad para ejercer contra nosotros las prácticas de la guerra sino además que el problema vasco no se resuelve por medio del orden jurídico, sino entrando en negociaciones que equivalen a una capitulación, esto es, a una derrota del Derecho frente a las armas".

Ambas alternativas son, en realidad, sólo una, y atienden a una lógica discursiva que trata de imponer su criterio, un criterio que es justo el opuesto al nuestro. Desde su dictamen, ellos pretenden imponer una solución que atiende a los criterios de la guerra. Pero si nosotros no estamos en guerra, y sólo aplicamos los instrumentos de un Estado de Derecho contra una trama criminal, no podemos aceptar esos criterios. No podemos aceptar el alto el fuego de una guerra que no reconocemos en los términos propuestos de cese de hostilidades de una guerra. Es lo que todavía encierran los planteamientos publicitados por Batasuna el pasado domingo en San Sebastián, planteamientos de los que desearía ocuparme con mayor extensión y que aquí sólo esbozo.

Batasuna pretende alcanzar acuerdos con las pistolas sobre la mesa, para acogerse de ese modo de forma ventajosa a la nueva situación posterior al terror. Y quiere hacerlo ignorando una realidad institucional ya existente, a la que desprecia y no le reconoce un estatus democrático. Es al margen de ésta y con el conflicto, su conflicto -por eso la lucha armada no debe cesar mientras tanto- como elemento guía de los acuerdos como pretende dialogar. Pero, mientras no cese el terror, Batasuna no puede sentarse en plan de igualdad con las fuerzas democráticas. Y si cesa, hay una institución, el Parlamento, a la que Batasuna tendrá opción de incorporarse y en la que podrá plantear todas sus demandas. Aceptar sus planteamientos actuales supondría, en efecto, capitular.

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