Columna

Frentismo

En tiempos de María Castaña, es decir, en esa época que da ocupación a los paleontólogos, reinaba por estos lares valencianos un frentismo claro y manifiesto: de un lado quienes se agrupaban alrededor de un anticlericalismo republicanoide de confusa ideología; del otro, quienes bailaban al son de un clericalismo trasnochado en el que no habían hecho mella ni las luces, ni los cambios de siglo, ni la razón. Dirimían sus cuitas a bofetadas, por ejemplo, en la pecaminosa y florida Valencia. Los anticlericales aguardaban a veces el paso de los participantes en la tradicional procesión del Corpus c...

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En tiempos de María Castaña, es decir, en esa época que da ocupación a los paleontólogos, reinaba por estos lares valencianos un frentismo claro y manifiesto: de un lado quienes se agrupaban alrededor de un anticlericalismo republicanoide de confusa ideología; del otro, quienes bailaban al son de un clericalismo trasnochado en el que no habían hecho mella ni las luces, ni los cambios de siglo, ni la razón. Dirimían sus cuitas a bofetadas, por ejemplo, en la pecaminosa y florida Valencia. Los anticlericales aguardaban a veces el paso de los participantes en la tradicional procesión del Corpus con garrotas preparadas; y ni qué decir tiene que algunos devotos participantes en la sin par procesión, esperaban la aparición de los anticlericales en cualquier esquina de la ciudad con sus garrotas camufladas bajo los pertinentes roquetes. Pero, insistamos, eso fue cuando las glaciaciones y cuando los dinosaurios se paseaban por los montes de Morella. La inutilidad de esa experiencia frentista, y su desalmado final en la última contienda incivil indujeron a casi todo el mundo a olvidarse para siempre del frentismo clerical y anticlerical. O eso creíamos tanto quienes participamos de convicciones y sentimientos religiosos -cada cual a su manera-, como quienes se confiesan ateos o agnósticos. Al parecer, y por las declaraciones de las que deberían ser respetables cabezas mitradas, somos casi todos un rebaño de ilusos.

Porque, como sea que el actual Gobierno de Madrid va a legislar o regular legalmente determinadas situaciones y realidades sociales en este mundo diverso y plural en el que vivimos, algunos de nuestros prelados, báculo en mano, han iniciado una guerra verbal -virtual más que real-, cargada de truenos jupiterinos: están agrediendo a los católicos; realizan payasadas cuando el perverso laico de forma festiva acude a un Ayuntamiento para ponerle nombre a su vástago, y eso, además, es una estupidez radical; quieren arrinconar a la Iglesia de Obediencia Papal; hay una hostilidad de los medios hacia los católicos; la situación es terrible y se respira una sensación como de catacumba; estamos sufriendo el ataque de un fundamentalismo laicista, y todo lo demás. Para el oscar a la voz tronante está nominado el mitrado castellonense-segorbino Reig Pla, quien, a propósito de las medidas legales previstas, clama: "...sólo los pueblos bárbaros serían capaces de destruir los pilares sobre los que se asienta la civilización occidental que ha sido la civilización forjada por el cristianismo". Razonar y preguntarle al prelado si sólo el Cristianismo ha forjado nuestra civilización y convivencia, sería inútil. Los ciudadanos y creyentes de a pie carecemos de la revelación, de la manifestación de la verdad secreta y oculta que a algunos les transmite el dios del Sinaí.

Pero eso, ni debe apartar a nadie de sus convicciones religiosas, ni constituye aliciente alguno que aliente la formación de un frentismo anticlerical. Se trata simplemente, como ha indicado un dirigente socialdemócrata, de un espectáculo casposo, esto es, trasnochado y rancio: algo de la época secundaria o terciaria que teníamos olvidado y no necesitamos recuperar. Podemos recuperar por supuesto los dísticos antitéticos del libro de los proverbios; esos dísticos de las sagradas escrituras que ponen en contraste dos ideas, y que están cargados de sabiduría humana. Uno de ellos reza: todo tiene su tiempo y todo cuanto se hace debajo del sol tiene su hora. Más abajo, en el capitulo 26, versículo 4, leemos: no respondas al necio según su necedad, para no hacerte como él.

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