Análisis:

Un premio caprichoso

La concesión de premios individuales en deportes colectivos acostumbra a provocar agrias polémicas, más que nada porque el subjetivismo se confunde normalmente con la objetividad, sobre todo cuando el elegido no es un futbolista de talla universal. La decisión es extremadamente delicada en ejercicios de entretiempo, como el pasado, cuando la falta de un torneo de selecciones limita las candidaturas: por muy merecido que fuera, el Balón de Oro del año 2003 alcanzado por Nedved no causó un gran entusiasmo. Más problemática resulta consecuentemente la elección si después de la disputa de una Euro...

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La concesión de premios individuales en deportes colectivos acostumbra a provocar agrias polémicas, más que nada porque el subjetivismo se confunde normalmente con la objetividad, sobre todo cuando el elegido no es un futbolista de talla universal. La decisión es extremadamente delicada en ejercicios de entretiempo, como el pasado, cuando la falta de un torneo de selecciones limita las candidaturas: por muy merecido que fuera, el Balón de Oro del año 2003 alcanzado por Nedved no causó un gran entusiasmo. Más problemática resulta consecuentemente la elección si después de la disputa de una Eurocopa el saldo del curso genera desencanto por la dimisión de las selecciones y de los jugadores jaleados mediáticamente desde la abundancia. No es extraño por tanto que el triunfo del Oporto en la Liga de Campeones y de Grecia en la Eurocopa desencadenara cierto pánico en determinadas Ligas, como si los campeones tuvieran la peste.

En consonancia con el cuadro de ganadores, se puede entender que entre los cincuenta nominados de la presente edición figuren jugadores griegos como Dellas, Charisteas, Nikopolidis, Seitaridis y Zagorakis, y también que Deco sea uno de los máximos favoritos al galardón, porque fue campeón con su club (Oporto) y subcampeón con su selección (Portugal). Ocurre, sin embargo, que la naturaleza de la distinción de France Football, de carácter anual, invita a tener perspectiva y retrospectiva, y también a buscar una alternativa al medio portugués que tan bien juega en el Barça.

La relación admite desde un punto de vista global multitud de interpretaciones, y a buen seguro que refleja de alguna manera la tendencia del fútbol, expresada, por ejemplo, en la nominación de cinco jugadores del Barcelona -los mismos que el Madrid y uno menos que el Milan-, circunstancia que no ocurría desde el año 1997. A la que se entra en detalles, en cambio, se advierten situaciones sonrojantes o muy caprichosas. No parece muy normal que no haya ningún representante alemán y, puestos a comparar individualmente, que figure Barthez y no Casillas o Kapsis y no Puyol, por no hablar de las ausencias de internacionales de la talla de Xavi o incluso de Raúl, ignorado por vez primera en los últimos nueve años. El año del capitán madridista no ha sido precisamente para recodar, y su exclusión puede incluso comprenderse. El problema se presenta cuando se recurre al agravio comparativo y, por otra parte, se recuerda que en la edición de 2001 perdió ante Owen en una decisión muy discutible, como lo es también que Maldini -paradigma de los defensas- haya pasado inadvertido cada temporada.

Una vez cuestionada la selección, se impone por deducción una votación controvertida. A efectos resultadistas, Deco parte con ventaja, pero si se trata de darle vuelo a la designación, y de dimensionar al jugador, en el marco de su club y también de la selección, Ronaldinho va un paso por delante de Henry y de Schevchenko. Hoy hay pocos futbolistas más excitantes que el brasileño. Lo que ocurre es que, por la lista de candidatos y los muchos precedentes, no se sabe muy bien qué se requiere para ganar el Balón de Oro.

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