Tribuna:

No disparen sobre el crítico

Que vivimos en un país culturalmente al borde del subdesarrollo tampoco es algo que pueda sorprender de entrada. En el campo que más me interesa, la literatura, el País Valenciano es un erial caliginoso donde la presencia de algunos autores sobresalientes, el heroísmo mítico de unas pocas editoriales, el numantinismo no menos elogiable de unos centenares de lectores habituales y la resistencia insoslayable de las pequeñas y medianas librerías -librerías de lectores, no de consumidores- explican que aquí pueda seguir funcionando el libro como artefacto cultural. En esta retahíla sólo me ha falt...

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Que vivimos en un país culturalmente al borde del subdesarrollo tampoco es algo que pueda sorprender de entrada. En el campo que más me interesa, la literatura, el País Valenciano es un erial caliginoso donde la presencia de algunos autores sobresalientes, el heroísmo mítico de unas pocas editoriales, el numantinismo no menos elogiable de unos centenares de lectores habituales y la resistencia insoslayable de las pequeñas y medianas librerías -librerías de lectores, no de consumidores- explican que aquí pueda seguir funcionando el libro como artefacto cultural. En esta retahíla sólo me ha faltado añadir -lo he postergado a propósito- la presencia de indicios de alguna clase de crítica militante, esto es, de esos archilectores que, contra viento y marea, se esfuerzan en evaluar las novedades editoriales con imparcialidad y mejor o peor tino.

Viene esto a cuento porque el otro día algunos pudimos leer en el suplemento cultural Posdata del diario Levante una reseña firmada por Alfred Mondria del volumen El parany cosmopolita, de Jordi Sebastià, publicado en la editorial Afers. El comentario, hay que decirlo ya, dejaba echo unos zorros el libro de Sebastià. No es el primer libro que recibe una mala crítica y, sin embargo, pocos días después el sociólogo Rafael Xambó se creyó en la obligación de salir en su defensa en el mismo periódico con una extensa laudatio que supongo que servía al mismo tiempo de desagravio.

Dicho esto, me siento en la obligación de declarar ahora que no he leído el libro de Jordi Sebastià. Este artículo, por tanto, no trata de El parany cosmopolita. Este artículo versa sobre el derecho de un crítico independiente a ejercer su función sin que el autor en cuestión tenga que rasgarse las vestiduras ni pedir la preceptiva ayuda de la caballería. De hecho, no es la primera vez que a Alfred Mondria le sucede esto. Hace algún tiempo, con ocasión de la salida a la luz de Espill d'insolències, el dietario del amigo Toni Mollà, sus opiniones críticas -más la turbulencia literaria promovida, desde el Sur, por un radioactivo Vicent Martí- le colocaron también en medio de una guerra cruzada entre partidarios y detractores de Mollà, un episodio un poco bochornoso -donde también participé indirectamente desde mi pequeña tribuna en El PAÍS- que no sé si pretendía ocultar de nuevo el derecho a la crítica en este país de alérgicos y asistólicos.

El problema no es El parany cosmopolita o Espill d'insolències. El problema es la existencia de una crítica responsable y eficaz. Y Alfred Mondria, lamento tener que decirlo, es lo más parecido que tenemos en este país a un crítico literario, es decir, un lector culto, imparcial, veraz e insobornable que, lejos de la tentación historicista, del empirismo hueco o del siempre reconfortante ejercicio de los bombos mutuos, se limite a leer los textos y contarnos su versión de lo que ha leído. Guste o no guste, hay que respetar ese veredicto, porque esas son las reglas del juego.

No he leído el libro de marras, insisto. Quizá autor y crítico puedan acusarse mutuamente de falta de matices. En eso no voy a meterme: no es mi guerra. Si Sebastià es un hombre inteligente, sin embargo -y, por lo poco que nos conocemos, diría que sí-, debería entender que la lectura del crítico puede parecer injusta y también es falible, pero es insustituible. Todos nos alegramos cuando nuestros libros merecen elogios meditados: sólo los tontos se mecen con los encomios comprados. ¿Qué hacer cuando una reseña no nos es propicia? Intentar aprender algo, supongo. En cualquier caso, lo que no es pertinente es disparar contra el crítico, no mientras lo necesitemos. Y lo necesitaremos siempre.

Sé de buena tinta que Alfred Mondria prepara ahora el primer volumen de sus reseñas reunidas, bajo el título de Nabokov & co. Ya me gustaría que en este país hubiera cuatro o cinco personas más que, dedicándose sólo a la crítica (no los escritores-críticos, esos centauros del desierto que guisan y comen a un tiempo), pudieran hacer lo mismo sin sonrojarse ni sonrojarnos. Dejen en paz a los profesionales. Aunque sus opiniones no sean del gusto de todos.

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Joan Garí es escritor.

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