Columna

Multicultural

La Feria del Libro de Francfort ha estado dedicada al mundo árabe, y los intelectuales de tradición islámica o cristiana que han participado han hecho ardientes alegatos contra la lucha de culturas. Nada que objetar: estoy totalmente de acuerdo. Sin embargo, más allá de las bellas palabras y los buenos deseos, he echado en falta un mayor esfuerzo reflexivo. El mundo está obviamente fatal y urge que lo repensemos por completo. Porque no creo que tengamos un arma mejor que la razón contra la brutalidad de las bombas y la carnicería de los integrismos.

Y así, lo primero que parece evidente...

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La Feria del Libro de Francfort ha estado dedicada al mundo árabe, y los intelectuales de tradición islámica o cristiana que han participado han hecho ardientes alegatos contra la lucha de culturas. Nada que objetar: estoy totalmente de acuerdo. Sin embargo, más allá de las bellas palabras y los buenos deseos, he echado en falta un mayor esfuerzo reflexivo. El mundo está obviamente fatal y urge que lo repensemos por completo. Porque no creo que tengamos un arma mejor que la razón contra la brutalidad de las bombas y la carnicería de los integrismos.

Y así, lo primero que parece evidente es que esta rara guerra en la que estamos inmersos no es un combate entre Oriente y Occidente, sino entre el impulso democratizador y la tiranía, entre la civilización y el oscurantismo. Los mayores enemigos de los fundamentalistas son su propia gente, es decir, aquellos musulmanes que no aceptan su feroz intransigencia. Esta lucha entre la libertad y las tinieblas lleva librándose largo tiempo, tanto en el ámbito cristiano como en el islámico. En el siglo XII, por ejemplo, el Papa quemaba vivos a los cátaros mientras los imanes cordobeses perseguían al sabio Averroes. Pero es cierto que hoy, por razones que no caben en esta columna, el mundo árabe está mucho más sumido que el cristiano en la ceguera fanática. Tenemos que ayudar a los musulmanes modernos, que con tantas dificultades intentan hacer evolucionar sus sociedades. Pero también tenemos que saber defender nuestro modelo de vida.

Durante años he abogado por el multiculturalismo, pero ahora no lo tengo tan claro. Si consiste en respetar tan escrupulosamente todos los valores de un grupo minoritario que incluso se fomenta su aislamiento social, me parece una fórmula aberrante que conduce a la creación de guetos estancos e inmovilistas. La verdadera riqueza cultural está en el mestizaje: es decir, no creo que el énfasis haya que ponerlo en la preservación de los valores de los emigrantes, sino en su integración. Los árabes que vienen a Occidente deben aceptar y asumir esos logros sociales que tanto nos ha costado conseguir: la laicidad, el respeto a la mujer, los derechos civiles. Sólo así podrán mezclarse y enseñarnos lo mejor de su cultura.

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