VISTO / OÍDO

A degüello

Una sensación de náusea: el degüello del inglés preso por los iraquíes. No sé por qué este caso no me entra en razón: quizá no sea suficientemente hombre. Me gustaría, porque en este país es una carga desmesurada y una leyenda -"¡todo un hombre!"- que se va desvaneciendo pero que todavía les lleva a matar. He visto de todo: y lo que no he visto me lo ha enseñado el cine o la fotografía. Recuerdo otros casos de esta angustia existencial: una bomba vasca en Madrid y el dolor de los supervivientes entre la sangre de otros; los prisioneros afganos, las rejas de Guantánamo, las angarillas palestina...

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Una sensación de náusea: el degüello del inglés preso por los iraquíes. No sé por qué este caso no me entra en razón: quizá no sea suficientemente hombre. Me gustaría, porque en este país es una carga desmesurada y una leyenda -"¡todo un hombre!"- que se va desvaneciendo pero que todavía les lleva a matar. He visto de todo: y lo que no he visto me lo ha enseñado el cine o la fotografía. Recuerdo otros casos de esta angustia existencial: una bomba vasca en Madrid y el dolor de los supervivientes entre la sangre de otros; los prisioneros afganos, las rejas de Guantánamo, las angarillas palestinas con el cadáver descubierto de un niño. Algo de freudiano habrá en esto: quizá la huella oculta de Abraham con el cuchillo contra su hijo, los corderos en la pascua del Mulud. O no: quizá sólo la realidad misma, la novela de este civil que acudió a Irak y se convirtió en enemigo, su cautiverio, la terrible imagen de los tres presos, cómo vería degollar a sus dos compañeros, sus súplicas, su encierro final, su voz declarando culpable a Blair; y la no vista del decapitador maldito lanzado hacia su cuello.

Es toda la novela: la madre llevada al hospital, el hermano declamando que Blair tiene las manos manchadas de sangre; y "todos los grandes océanos del mundo no podrán limpiarlas", decía Macbeth, que "mató el sueño". Pero los degolladores dormirán bien, y Blair también. Vean, vean al "autor intelectual", como dicen ellos, el hombre que defecó la idea, en los debates con su rival: astuto, riente, dotada su cara de una docilidad de gesto que no tenían los héroes angustiados de Macbeth. También van a degüello, y al heroísmo que castiga al otro: nunca Gran Bretaña negociará con asesinos. Y aunque quisiera, no le dejaría Bush. Al presidente le gusta ver escenas de degüello: nos dan arcadas con la canallada del otro; justifica nuestras dagas.

Náusea. Náuseas al leer a Rajoy decir que la sangre de Madrid tiene otros autores que los detenidos, para defender a su jefe defenestrado; al padrino que le bautizó en la pila sucia de la presidencia. Y risa oscura y desdentada, de calavera, cuando dice que "las Naciones Unidas se equivocaron sobre las armas de destrucción masiva": ¿qué Nación es Unidas? Tres caballeros cantando en las Azores. O un sólo Macbeth con dos ladies. Y todos los perfumes de Arabia no podrán limpiar las seis manos. (Ah, 14 nepalíes fueron degollados: cuatro líneas en los periódicos).

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