Crítica:

Construir para contemplar

En las últimas décadas del siglo XX los escultores iniciaron una refundación de su arte propiciando un cambio radical en la concepción, los métodos y las técnicas de la escultura. La vertiginosa velocidad con que se recorrió este camino, entre 1968 y 1980, ha hecho descarrilar la locomotora y en la última década la escultura atraviesa una profunda crisis. Una de aquellas aportaciones fue el "principio construcción" que, aunque originario de las primeras vanguardias, no se desarrolló entonces apenas. Hoy, por desgracia, muy pocos escultores siguen aquella estela que sigue siendo un filón por ex...

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En las últimas décadas del siglo XX los escultores iniciaron una refundación de su arte propiciando un cambio radical en la concepción, los métodos y las técnicas de la escultura. La vertiginosa velocidad con que se recorrió este camino, entre 1968 y 1980, ha hecho descarrilar la locomotora y en la última década la escultura atraviesa una profunda crisis. Una de aquellas aportaciones fue el "principio construcción" que, aunque originario de las primeras vanguardias, no se desarrolló entonces apenas. Hoy, por desgracia, muy pocos escultores siguen aquella estela que sigue siendo un filón por explotar, como demuestra el escultor Agustí Roqué (Barcelona, 1942) con su tenacidad y con el espléndido resultado plástico que adquiere su obra.

AGUSTÍ ROQUÉ

Galería Raquel Ponce

Alameda, 3. Madrid

Hasta el 23 de octubre

La carrera de Roqué está marcada por unos temas, unos procedimientos y unas técnicas que han consolidado un tipo de obra contundente y expresiva. El tema subyacente en la mayoría de sus esculturas está relacionado con el mundo del transporte: la movilidad, la carga, el desplazamiento...

asuntos que en sus obras no son meras ilustraciones sino que sirven al artista como leitmotiv para desarrollar un universo formal que viene determinado por los procedimientos compositivos de figuras geométricas primarias que son tratadas con técnicas industriales de construcción propias del taller, pongamos por caso, de cerrajería.

Las piezas que ahora presenta en Madrid son claramente unos biombos formados por cuatro hojas, lo que haría suponer que se trata de obras que tienen que ver con el ámbito doméstico. Sin embargo, en estas esculturas se resumen las técnicas de construcción puestas anteriormente al servicio de sus piezas de transporte, tales como la creación de grandes plataformas que ahora aparecen metamorfoseadas en hojas de biombo.

Toda una poética industrialista, relacionada con la chapa y el perfil de acero, que se articula y descoyunta, como el abatimiento de planos propio del cubismo, que gira y se traslada, desarrollando o replegando el cuerpo de la escultura. Pero, para comprender el caudal de matices que estos biombos poseen será necesario fijarse en sus cualidades materiales y en las texturas que ofrecen sus superficies, es decir, en las chapas negras y lisas en las que se abre una ventana para romper su opacidad; en las láminas troqueladas que, convertidas en cedazos, permiten contemplar a través de sus orificios las texturas rugosas de unos fieltros arrugados; en las ambarinas superficies de goma blanda, y, sobre todo, en lo que podríamos reconocer como su firma: unas rectilíneas hendiduras que surcan las tersas superficies opacas del acero, permitiendo la entrada de un rayo de luz que se convierte en signo poético.

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