Columna

Bipartidismo

Valoramos la estabilidad como justificación de las leyes electorales que facilitan el bipartidismo y las mayorías absolutas. Pero la estabilidad se convierte en un asunto peligroso cuando la confundimos con la parálisis, con la perplejidad que nos deja inmovilizados o con esa huella de ausencia que envuelve los ojos de los que van perdiendo la memoria. El bipartidismo puede parecerse a un combate de boxeo o a una cena entre caballeros, pero siempre dificulta los razonamientos públicos y los verdaderos debates políticos. Y no sé qué es más inquietante para la democracia, más desolador, si las d...

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Valoramos la estabilidad como justificación de las leyes electorales que facilitan el bipartidismo y las mayorías absolutas. Pero la estabilidad se convierte en un asunto peligroso cuando la confundimos con la parálisis, con la perplejidad que nos deja inmovilizados o con esa huella de ausencia que envuelve los ojos de los que van perdiendo la memoria. El bipartidismo puede parecerse a un combate de boxeo o a una cena entre caballeros, pero siempre dificulta los razonamientos públicos y los verdaderos debates políticos. Y no sé qué es más inquietante para la democracia, más desolador, si las descalificaciones agresivas o los acuerdos entre las cabezas del bipartidismo. Los pactos de los dos partidos mayoritarios no sirven para buscar el respeto mutuo, sino para dejar claro que los demás no tienen nada que decir. El pacto antiterrorista supone un buen ejemplo. Se firmó, y el PP no dudó un momento en convertir la demagogia de la lucha antiterrorista en el asunto capital de sus emociones electorales. Hasta tal punto unió atentados y responsabilidades políticas, sospechando de todos sus adversarios, que un cambio de viento en la brújula del terror le supuso un descalabro electoral. El PP había acostumbrado a la gente a buscar los responsables políticos de las bombas y José María Aznar apareció por méritos propios como el responsable del antiespañolismo reciente del mundo árabe. El pacto no sirvió para que el PP y el PSOE se respetasen, sino para dejar al margen a IU y a los partidos nacionalistas. No es poco disparate un pacto de Estado sobre el terrorismo de ETA que deja fuera a los partidos que gobiernan en el País Vasco. Hay síntomas que sólo se pueden relacionar con las enfermedades graves.

El espectáculo es también muy desolador cuando se enfurecen sobre el circo de la nada. Un partido se va y deja al otro las carteras, los problemas y las soluciones. Los responsables cambian de ideas como cambian de despachos. Los socialistas granadinos hicieron de las obras públicas y del AVE a la ciudad su bandera electoral. Una vez ganadas las elecciones defienden posturas idénticas a las que tenía el PP. Más grave resulta el ir y venir de las posturas sobre los astilleros, porque jugamos con los puestos de trabajo de la gente. Podemos dialogar sobre todo, hasta sobre terrorismo, pero cuando llegan las exigencias de la rueda capitalista no hay discusión posible. Cualquier alternativa a los desmedidos beneficios empresariales está de más en la Europa constitucional de los mercaderes. Los socialistas no dudan en cambiar de opinión y se olvidan de sus alegatos electorales, mientras que el PP no siente vergüenza al votar una iniciativa que va en contra de todo lo que ha estado defendiendo durante su gobierno. No sé qué es peor, tal vez son las dos caras de un bipartidismo que no da estabilidad, sino parálisis ante las mentiras estratégicas y que sólo sirve para degradar la vida democrática. La tendencia bipartidista que tan alegremente están apoyando los poderes de la sociedad será responsable del aumento de la abstención y del separatismo entre la España real y la España oficial. También creo que a los sindicatos y a los astilleros andaluces les hubiera ido mejor con el gobierno compartido de una izquierda plural.

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