Tribuna:FÓRUM DE BARCELONA | Opinión

La sal de la Tierra

A 12.000 kilómetros del Fórum Universal de las Culturas de Barcelona se celebró el pasado mes de junio un encuentro internacional que, con osadía, dice también que quiere cambiar el mundo.

Pero a su descaro hay que añadirle dos particularidades que le hacen merecedor de un gran respeto y esperanza. Los convocantes de este encuentro y quienes han participado en él han sido el sector de la población del mundo más altamente desfavorecido, marginado y malparado: familias de pequeños campesinos del Primer y el Tercer Mundo, trabajadores y trabajadoras rurales y pueblos indígenas que represen...

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A 12.000 kilómetros del Fórum Universal de las Culturas de Barcelona se celebró el pasado mes de junio un encuentro internacional que, con osadía, dice también que quiere cambiar el mundo.

Pero a su descaro hay que añadirle dos particularidades que le hacen merecedor de un gran respeto y esperanza. Los convocantes de este encuentro y quienes han participado en él han sido el sector de la población del mundo más altamente desfavorecido, marginado y malparado: familias de pequeños campesinos del Primer y el Tercer Mundo, trabajadores y trabajadoras rurales y pueblos indígenas que representan el 75% de los pobres del mundo. Qué paradoja: los productores de alimentos, los agricultores, hoy son los que más dificultad tienen para alimentar a sus familias. Éstos, además de pensar, debatir y combatir con ideas y alternativas a un modelo neoliberal que, como un monocultivo, a medida que se extiende -sin escrúpulos- por todo el planeta, los expulsa y los hace inviables, luchan también con acciones y movilizaciones para dar un futuro cierto a sus hijas e hijos.

La permanencia de la agricultura campesina es básica para erradicar el desempleo y la emigración rural

Un ejemplo de esta actitud lo muestran los más de tres millones de campesinas y campesinos que componen el Movimiento Sin Tierra en Brasil, quienes, mientras demandan una redistribución de tierra justa en su fértil país, ocupan, asientan y hacen productivas tierras de las grandes fincas de los hacendados. También lo son las movilizaciones campesinas en Cochabamba (Bolivia) que pretenden evitar la privatización del agua que ha de regar sus cultivos.

En Itaici (Brasil), más de 400 representantes de organizaciones y sindicatos campesinos se han reunido para celebrar la IV Asamblea Internacional del movimiento que los agrupa: la Vía Campesina.

Los pueblos indígenas, mujeres y hombres del campo de Asia, Europa, América y África, han estado representados. Palestinos privados por un muro del acceso a sus olivos. Campesinos europeos preocupados porque se calcula que cada minuto que pasa, la política agroindustrial de la Europa ampliada causa la desaparición de una explotación agraria. O representantes del campesinado indio, quienes explican la desesperación de sus compañeros, endeudados para utilizar el agua de riego y que acaban con sus propias vidas ingiriendo lo que tienen más a mano: pesticidas.

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Más allá de las complicadísimas situaciones que explican, más allá del exotismo de etnias y razas presentes, se percibe la fuerza que les hace llegar hasta el mismo lugar desde hogares tan lejanos.

Una voluntad de defender otro mundo rural, de acuerdo con una visión respetuosa con el futuro que llegará y con una concepción del tiempo enlazada a los ritmos de la naturaleza: a las noches y los días, al verano y al invierno, a la siembra y a la recolección.

Seguramente, entre todos, el más disonante era yo, invitado como representante de una organización amiga a la Vía Campesina, con prisas y acelerado por reunirme con todas y todos, sacar miles de conclusiones y poner campañas en marcha para cambiar este mundo que nos disgusta, a más tardar, la próxima semana.

La asamblea cumplió altamente con su propósito. Potenciar el sentimiento de pertinencia de cada uno y cada una de los asistentes a un movimiento social internacional de gran reconocimiento entre las opciones alterglobalización, que defiende enérgicamente la agricultura familiar campesina como modelo sostenible ecológica y socialmente, capaz de redistribuir alimentos y riqueza que la Tierra genera para todos.

Reafirmando que la permanencia de la agricultura campesina es fundamental para la eliminación de la desocupación y migración rural. Que defendiendo la diversidad de agriculturas locales se defiende también las culturas e identidades de los pueblos.

Exigiendo a las políticas públicas implicarse a favor de esta agricultura campesina, apoyando la defensa de las semillas en manos del campesinado (tal como ha sido durante más de 10.000 años) en vez de otorgar las patentes a empresas de transgénicos, potenciando reformas agrarias redistributivas de tierra y dando prioridad a la comercialización local ante la agroexportación.

Acabo la semana en Itaici y, pese a mis intenciones, el mundo sigue igual. O quizá no.

Gustavo Duch es director de Veterinarios sin Fronteras.

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