Columna

Lo rosa

Habrá un día no muy lejano en que nosotros, los habitantes de la España plural, viviremos de cerca un caso parecido al de la Lewinsky. Al tiempo. Habrá un día en que aquí, en el país en el que parecía que se tenía más manga ancha para la vida privada, analizaremos las manchas de la falda de una señorita que asegurará haber practicado cosillas con el presidente, el ministro de Defensa o alguien de la Familia Real. Lejos quedan esas revistas del corazón en las que uno veía a Sofía Loren enseñando sonriente su casa. Lejos queda aquella prosa de Tico Medina o de Javier de Montini que alimentaban u...

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Habrá un día no muy lejano en que nosotros, los habitantes de la España plural, viviremos de cerca un caso parecido al de la Lewinsky. Al tiempo. Habrá un día en que aquí, en el país en el que parecía que se tenía más manga ancha para la vida privada, analizaremos las manchas de la falda de una señorita que asegurará haber practicado cosillas con el presidente, el ministro de Defensa o alguien de la Familia Real. Lejos quedan esas revistas del corazón en las que uno veía a Sofía Loren enseñando sonriente su casa. Lejos queda aquella prosa de Tico Medina o de Javier de Montini que alimentaban una ilusión cursi pero inocua en esos cerebros calientes por el tirón de los rulos y el calor del secador. ¿A quién le importa ya aquello? Hoy medio país está pendiente de esos personajillos que se autodenominan periodistas porque una vez les dieron un título absurdo y saltan como pulgas de un programa a otro de la tele. Una vez escribió Juan José Millás, con perspicacia, que ya le gustaría que a las ruedas de prensa de los literatos fueran periodistas de deporte a preguntar audazmente sobre libros, y no esos otros que se nos quedan mirando, muertos de aburrimiento, mudos, como si la timidez fuera compatible con el periodismo o como si fueran periodistas de cultura a la fuerza. Yo añadiría a este deseo que ya quisiéramos que la vehemencia que ponen esos gacetilleros del corazón la usaran en otros asuntos. Pero ya está todo perdido. No me quejo. Es lo que hay. Eso sí, auguro que llegarán a España episodios de becarias calientes. Ya verán. Hay indicios. Por lo pronto, ya vemos a Gallardón en un programa rosa. Dicen que se separa. Lo dicen también de una infanta. Y para colmo, el presidente de la Comunidad de Cantabria, que se ve que no tiene asuntos más importantes de los que hablar, sale en la tele para contar que en la Boda Real los hombres, meones por naturaleza o por edad, las pasaron canutas sin miccionar durante cinco horas, y que él, personalmente, esperaba hincharse a comer (como en todas las bodas) pero que con la tartaleta, el capón y el pastelillo se quedó silbando. A dicho presidente le contrataría yo para Salsa Rosa, ahora, lo que no sé es si le votaría en unas elecciones, la verdad.

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