Columna

Diccionario asombrado

Estoy pensando en componer una suerte de léxico asombrado o de diccionario del asombro que me permita descifrar algunos enunciados de la actualidad, y donde recogeré acepciones modernas de palabras de toda la vida cuyo sentido había llegado a resultarme perfectamente familiar y que ahora se me pierde, se me (re)vuelve extraño, alucinado, ajeno. Ese diccionario asombrado incluirá, por ejemplo, el término "enfocar". Porque no entiendo qué extravagante traducción hacen del mismo quienes afirman que está desenfocada -o fuera de lugar o fuera del tiesto democrático- la exigencia de que un gr...

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Estoy pensando en componer una suerte de léxico asombrado o de diccionario del asombro que me permita descifrar algunos enunciados de la actualidad, y donde recogeré acepciones modernas de palabras de toda la vida cuyo sentido había llegado a resultarme perfectamente familiar y que ahora se me pierde, se me (re)vuelve extraño, alucinado, ajeno. Ese diccionario asombrado incluirá, por ejemplo, el término "enfocar". Porque no entiendo qué extravagante traducción hacen del mismo quienes afirman que está desenfocada -o fuera de lugar o fuera del tiesto democrático- la exigencia de que un grupo político condene de manera rotunda la violencia ejercida contra partidos políticos de su propio vecindario.

Qué noción de la "responsabilidad" y de la "coherencia" (otras dos entradas para el vocabulario del asombro) cívicas y civilizadas tienen quienes prefieren colocar bajo sospecha o bajo acusación de autoritarismo e intolerancia, a medio mundo: instituciones políticas, instancias judiciales o ciudadanos particulares, con tal de negar lo innegable, esto es, que cualquiera que pretenda participar en el juego político tiene que aceptar explícitamente las reglas del juego. Unas reglas tan elementales que me permito calificarlas de catón democrático y de parvulario ético.

Reglas sencillísimas de enunciar: "Violencia no, extorsión no, amenazas y amedrentamiento no", y por lo tanto facilísimas de entender aunque algunos pretendan lo contrario. El propio presidente del PNV que afirmó, hace poco, que Europa no entendería la ausencia de Herritarren Zerrenda de la próxima convocatoria electoral. Podríamos probar a explicárselo primero, claramente, a ver si entienden o no lo que aquí pasa. Podríamos probar a hacer una amplia encuesta, precisando naturalmente el término Europa, traduciéndolo a instancias, organismos y personas concretos, y analizar luego los resultados, para ver lo que les ha costado entenderlo. En otro orden de cosas, la noción que de "Europa" tienen los populares también voy a incluirla en mi diccionario asombrado. Porque qué sentido tendría necesitar "ser fuertes" allí, si no se viera a los países europeos como rivales, en lugar de entenderlos (razonablemente) como vecinos en vías de convertirse en parientes.

Otra palabra para el léxico del asombro es "natural", usada en el contexto de una catástrofe sísmica o meteorológica. Porque me pregunto qué tienen hoy de fenómenos de la naturaleza, de desbordamientos telúricos o de misterios climáticos, los terremotos, la desertización o las lluvias torrenciales como las que están arrasando la República Dominicana y Haití, multiplicando de ese modo su miseria. Personalmente creo que tienen poco o casi nada de naturales; que, al contrario, se trata cada vez más de fenómenos antinaturales, inducidos: consecuencias lógicas del envenenamiento doloso de la atmósfera, de la locura depredadora de los recursos terrestres, de la manipulación y destrucción nucleares.

Y por eso la ayuda que se está enviando ahora mismo a ese pobre lugar de la Tierra (la noción de "caribeño" merecería también una actualización más acorde con su cruda realidad) no me parece un gesto de solidaridad internacional, sino un (vago) ejercicio de responsabilidad, el pago (insuficiente) de una deuda contraída desde el Primer Mundo, que es el que envenena, depreda y manipula, con quienes se limitan a contemplar, impotentes, la degradación de su entorno vital, y puntual y trágicamente a padecerla.

En estrecha relación con lo anterior, esta última entrada de mi diccionario: la intervención "humanitaria", identificada con el despliegue de fuerzas armadas en un determinado lugar de la Tierra. Me asombra la noción literal de "ejército" de reconstrucción o de paz. Sólo puedo entenderlo en un sentido civilmente figurado: guarniciones de arquitectos e ingenieros, divisiones de personal sanitario y docente, tropeles de artículos de primera y ulterior necesidad. Que podríamos enviar a Haití -como acaba de pedirle el presidente chileno a Rodríguez Zapatero- en "misión", entendida naturalmente en una acepción modernizada.

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