Análisis:

La capital del buen rollo

Fez, la capital espiritual del islam, lleva 10 años organizando este festival, que reúne a las máximas figuras de las músicas sacras y que convoca a más de 500 periodistas de todo el mundo. Desde el hinduismo y el budismo al chamanismo o el evangelismo, 164 grupos musicales han representado a sus religiones actuando en las diferentes sedes de esta espléndida ciudad de un millón de habitantes en la que la mayoría vive en la enorme Medina llena de mezquitas, pero viste y respira al estilo occidental.

Ese largo rodaje supone una gran ventaja para todo lo que rodea a los conciertos (vienen ...

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Fez, la capital espiritual del islam, lleva 10 años organizando este festival, que reúne a las máximas figuras de las músicas sacras y que convoca a más de 500 periodistas de todo el mundo. Desde el hinduismo y el budismo al chamanismo o el evangelismo, 164 grupos musicales han representado a sus religiones actuando en las diferentes sedes de esta espléndida ciudad de un millón de habitantes en la que la mayoría vive en la enorme Medina llena de mezquitas, pero viste y respira al estilo occidental.

Ese largo rodaje supone una gran ventaja para todo lo que rodea a los conciertos (vienen grandes artistas; los escenarios al aire libre son fastuosos; la iluminación es maravillosa; el sonido, de calidad impresionante), pero parece no haber hecho mella en cuanto a las dotes de organización de todo lo demás, que puede resumirse en la palabra caos.

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Todo empezó con la inesperada huelga de pilotos de Royal Air Maroc -la primera de su historia-, que ha dejado en tierra o en situación precaria a una gran parte de los invitados del primer mundo. Vuelos cancelados y sustituidos por otros a destinos distintos, maletas perdidas, viajes-pesadilla de noche en taxi desde Casablanca, cientos de periodistas y patrocinadores sin acreditación para el primer concierto, invitados que se encuentran sin hotel o ante la temible posibilidad de tener que compartir habitación con un congénere...

El hall del Sheraton es estos días un hervidero de gente regañando a otra gente, todo un contraste con el espíritu que alimenta al festival, y sobre todo con el buen rollo que desprende esta ciudad, que desmonta en unas horas todos los topicazos racistas que manejamos los españoles sobre nuestros vecinos del sur. Llena de hombres y mujeres guapos y de porte digno y elegante, la espiritualidad y la simpatía parecen ser las marcas de origen de Fez. Alguien dijo que la prueba del algodón del alma de un pueblo son los taxistas. Pues aquí son encantadores, hablan francés y español, dejan fumar, no te ponen la COPE y encuentran a cualquier hora lo que se les pida, ya sean especias, monumentos o calzoncillos bóxer (la prenda más buscada por los sinmaleta), y, encima, una carrera en los adorables Petits Taxis, unos Panda que no pasan de 40 kilómetros a la hora, vale un euro.

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