Columna

Ventajas del casi país

Alguna ventaja, por fin, tenía que tener el vivir en este casi país casi Estado, casi libre, casi asociado, y librarnos de la presión de los medios de comunicación con lo de la boda principesca. Es la única vez en muchos años que me he sentido orgulloso de ser vasco al poder gozar de una televisión alternativa. Cuando todas las demás daban en la víspera chismes sobre el evento, podía ver por quinta vez, ahora que aparecen todas las monstruosidades que los norteamericanos hacen en Irak, la película Algunos hombres buenos. Era lo más potable que se podía ver.

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Alguna ventaja, por fin, tenía que tener el vivir en este casi país casi Estado, casi libre, casi asociado, y librarnos de la presión de los medios de comunicación con lo de la boda principesca. Es la única vez en muchos años que me he sentido orgulloso de ser vasco al poder gozar de una televisión alternativa. Cuando todas las demás daban en la víspera chismes sobre el evento, podía ver por quinta vez, ahora que aparecen todas las monstruosidades que los norteamericanos hacen en Irak, la película Algunos hombres buenos. Era lo más potable que se podía ver.

Disfrutamos de una televisión alternativa que en los diez primeros minutos de sus teleberris se lanza a sacar escenas de violencia para que después vengan los líderes del nacionalismo, en tono apacible y con semblante sonriente, haciendo loas al diálogo. Hasta Madrazo y el presidente de Eudel se abrazaban, después de que el primero considerase la entrega de viviendas públicas por parte de los ayuntamientos como un medio de clientelismo político. Si estos medios de comunicación los hubiese conocido Goebbels estaríamos avanzando sobre China con la División Azul.

Uno, que acepta la monarquía siempre que el monarca sea republicano, se siente traicionado por estos boatos propios de otras épocas. Aunque sirvan de promoción de la ciudad de Madrid, quizás por esto esté más cerca de ser ciudad olímpica, uno no deja de pensar, fuera de la lógica capitalista, cuántos edificios de promoción oficial y cuántas indemnizaciones a las víctimas del franquismo -que aún estoy por cobrar y no cobraré- podría el consejero Madrazo haber desarrollado con el dinero que ha costado la boda de Madrid. Una petardada de mucho cuidado, un cuento de princesas, aunque uno prefiera -vale ya con el cine americano- Prety woman.

Pero no se crean ustedes que sólo el pasado estaba en Madrid. El jueves anterior se reunían los caballeros del Sur, los de mi admirada Scarlett O'Hara, en la presentación de Galeusca. Me dirán qué tiene que ver, pero fíjense bien. Cuando Imaz dice que Galeusca no es una coalición electoral sino una coalición de naciones -y volvemos a Goebbels y los lenguajes totalitarios: tomar la parte por el todo. Unos partidos, por muy nacionalistas que sean, sólo se representan a sí mismos, no a su nacionalidad- está hablando de la Confederación frente a la Unión. Otra vuelta atrás, otra boda principesca sin boda, otra de romanticismo nacionalista, de involución histórica, como si no hubieran perdido la guerra ante Grant. Por qué el pasado, la tradición, el folclore nos emociona. ¿Por qué lo étnico y caballeresco nos pierde? Porque las élites en el poder transforman lo que no son más que intereses de grupo en intereses de un pueblo, en una etnia o en una corona, haciendo creer que son fruto de los genes, de la religión o la historia. Hasta lo étnico es una invención. Y ya está bien.

Séquense los ojos después de, emocionados, ver las imágenes de Felipe y Letizia. ¡Por Dios!, sea racional, hasta rebelde, con tal que no cabalgue en la caballería del Sur. Aprecie un poco sus propios intereses, quiérase, no quiera tanto a los demás, y menos si son príncipes, que nunca sabrán lo que es llegar a final de mes. Cuando la misión histórica del Príncipe hubiera sido realizar una boda de Estado, por mucho, mucho, que le costase, con Idoia Zenarruzabeitia, por ejemplo -de la misma manera que Castilla y Aragón se reunieron por el matrimonio de los Reyes Católicos, que luego aparece un capitán como Ignacio de Loyola, gure patroia, para acabar por anexionar Navarra-, va Felipe y se casa con la que le da la gana. La realeza se debe a las bodas de Estado, para eso les pagamos, o que no sean reyes.

Entre la Monarquía que a veces no es republicana, los caballeros del Norte que son de verdad del Sur, una izquierda que llora emocionada eventos propios del pasado y unos nacionalismos que parecen progres y no son más que la partida de Quantrell, vamos aviados. Esperen, acabo ya, voy a la tele a ver el Telediario, que no he visto nada de la boda.

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