Crítica:

La cámara de las maravillas

Quizá sea con esta exposición, dedicada a la escultura, solapándose un trecho con la de pintura que se exhibe en el monasterio de Silos, como se dilucide mejor el talante artístico de Juan Navarro Baldeweg (Santander, 1939), hasta el momento arquitecto de reputación internacional y con un sólido prestigio local como pintor, por no hablar ya de sus primeras muestras artísticas de naturaleza más conceptual, a través de las cuales irrumpió en la escena madrileña durante las décadas de 1960 y 1970. A tenor de estas últimas, sobre todo, las que tuvieron lugar en la galería Buades, se puede afirmar ...

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Quizá sea con esta exposición, dedicada a la escultura, solapándose un trecho con la de pintura que se exhibe en el monasterio de Silos, como se dilucide mejor el talante artístico de Juan Navarro Baldeweg (Santander, 1939), hasta el momento arquitecto de reputación internacional y con un sólido prestigio local como pintor, por no hablar ya de sus primeras muestras artísticas de naturaleza más conceptual, a través de las cuales irrumpió en la escena madrileña durante las décadas de 1960 y 1970. A tenor de estas últimas, sobre todo, las que tuvieron lugar en la galería Buades, se puede afirmar que la presentación pública de Navarro Baldeweg como escultor no es, en principio, una novedad, máxime cuando, además, como es sabido, desde precisamente el minimalismo y el arte conceptual, casi todo cabe bajo la laxa adscripción de la escultura.

JUAN NAVARRO BELDEWEG

'Escultura'

Galería Marlborough

Orfila, 5. Madrid

Hasta el 22 de mayo

El hecho de que algunas piezas que ahora se exhiben daten o arranquen de los años setenta puede, en efecto, inducir a creer que tanto la trayectoria individual de Navarro Baldeweg como escultor como la de la apertura e indefinición de la propia escultura, se remontan ambas a anteriores décadas. No dudo que no sea así, pero, en todo caso, no estaba pensando en ello cuando, al principio, aventuré que, quizá con ésta, que enfáticamente se subtitula Escultura, se pudiera dilucidar mejor, en términos comparativos, el destino artístico de Navarro Baldeweg. El término escultura procede del latino scalpere, que significa "rascar", pero, más allá de los materiales donde históricamente se ejerció esta acción, está claro que ahora Navarro Baldeweg los "atraviesa" en el sentido de que se fija y retiene lo "inmaterial" de su materia; esto es: centra su atención en las fuerzas invisibles que hacen que los cuerpos nos parezcan y se comporten en el espacio tal y como los percibimos, incluidas entre ellas las, no por volátiles, menos determinantes, de sus significados como metáforas y símbolos. Estoy diciendo que el escultor Navarro Baldeweg "rasca" las superficies de los cuerpos y los "atraviesa", no sólo para fijar idealmente, more geometrico, sus formas, sino para excitar nuestra imaginación visual, que arrastra una nada desdeñable cola de poética fantasía.

En este sentido, que las gra-

das de la majestuosa planta basilical de la galería Marlborough vean ahora interrumpida, en su punto medio, su cadenciosa ascensión mediante un espectacular "muro-mesa" rectangular, cuya función no es sólo la de alargar hasta allí la altura del elevado suelo de la cabecera, sino la de disponer sobre la alternante superficie opaco-cristalina de esta cuña, los lúdicos cachivaches del artista, que son, sucesivamente, tanto más alegóricos, cuanto más materiales, y, tanto más ruidosamente físicos, cuanto más inmateriales, como los danzarines reflejos reverberantes de los signos caligráficos orientales que pigmentan los cristales de su parte final; que, a continuación, en la misma cabecera del fondo plano de la sala, nos encontremos con el flotante marco de una ventana irradiante, mientras que, en cada brazo del crucero, veamos volar, por las esquinas de su respectiva techumbre, signos caligráficos y trozos de color, así como apoyarse, por sus suelos, pesantes cuerpos en precario equilibrio...; todo esto, en fin, puede ser definido como la escenográfica instalación de, si se quiere, un versátil conjunto de piezas escultóricas, pero no sin obviar, de la manera más reduccionista, el dramático y divertido cruce de las artes, arquitectura, escultura y pintura, que Juan Navarro Baldeweg allí ha dispuesto, no sólo para con él recrear su particular "cámara de maravillas", donde colecciona tropos perceptuales, sino, a través de ellos, para atrapar y dirigir nuestra fantástica percepción del mundo, invitándonos a sentirlo y vivirlo como un milagroso acontecimiento. De manera que, con la así llamada "escultura", Juan Navarro nos enseña su sutil y poética forma de entender el arte al borde de la visibilidad, llenándonos con las infinitas posibilidades luminosas que atesora el espacio.

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