Entrevista:Álvaro Pombo | UN NOVELISTA PARA LA ACADEMIA

"Lo trágico no es decidir entre el bien y el mal, sino entre dos bienes"

Toda la luz le llega por el Oeste. Es el salón donde a Álvaro Pombo le sorprendió, en un tiempo ya refundido, la decisión de no vivir el amor y la pasión sino contarlos a través de novelas y poesías. Y aunque sólo es un viajero de libros, ha vuelto a cruzar el Atlántico después de que su anterior y premiada novela, El cielo raso, transcurriera en El Salvador. Esta vez ha ido hasta el México de las guerras cristeras de los años veinte para contar, con voz decimonónica y lenguaje actual, el destino de una chica santanderina que un día se da cuenta de que el mundo que soñaba la lleva en vo...

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Toda la luz le llega por el Oeste. Es el salón donde a Álvaro Pombo le sorprendió, en un tiempo ya refundido, la decisión de no vivir el amor y la pasión sino contarlos a través de novelas y poesías. Y aunque sólo es un viajero de libros, ha vuelto a cruzar el Atlántico después de que su anterior y premiada novela, El cielo raso, transcurriera en El Salvador. Esta vez ha ido hasta el México de las guerras cristeras de los años veinte para contar, con voz decimonónica y lenguaje actual, el destino de una chica santanderina que un día se da cuenta de que el mundo que soñaba la lleva en volandas hasta convertirla en una mujer muy lanzada para la época en asuntos amorosos, sexuales, religiosos y políticos. Algo turulata, claro, y que le ha servido al académico (Santander, 1939) para titular la novela Una ventana al norte (Anagrama), una obra basada en personajes reales y hechos históricos pero "inyectados" de ficción.

"El escritor es un personaje de segunda fila, los protagonistas son sus criaturas literarias. Contar es estar al margen"

PREGUNTA. En el epílogo afirma que no existe la novela histórica.

RESPUESTA. Es un concepto absurdo. O es historia o es novela. En el momento en que la ficción se introduce en la historia ésta se convierte en ficción. Incluso los Episodios Nacionales de Pérez Galdós, porque aunque los trate como historia son hechos históricos ficcionalizados. Mi discurso para ingresar a la Academia versa sobre esto y se titula Verosimilitud y verdad, y planteo la verdad de la ficción, no de la verosimilitud, de la clase de verdad que contiene una novela. Porque yo prefiero reservar cualquier otro nombre para esa clase de novela. Eliminaría lo de histórica, aunque es complicado porque hay magníficos novelistas como Gore Vidal que han escrito casi exclusivamente sobre hechos o personajes históricos, y debemos llamar a esas obras novelas porque no son ni ensayos ni tratados de historia. Y por otra parte parece una tontería porque lo mismo da, y es un tema que no he resuelto.

P. ¿Cuánto de verdad hay en esas novelas?

R. Ése es el tema. La verdad de las novelas es una verdad propia de la ficción, no procede del priorismo de los hechos probados por historiadores o estudiosos, sino que procede de la ficción. Ya Ortega y Gasset había confesado que leyendo novelas históricas se sentía mareado por dos existencias contrapuestas: conocer la verdad y fantasearla. O más recientemente Harold Bloom dijo que se trata de un subgénero que no conseguirá la canonización, y añade que "la historia y la narrativa se han separado y nuestras sensibilidades no parecen capaces de conciliarlas". Me parece que una vez más se precipita por razones metodológicas al rechazar la posibilidad de la narración histórico-ficticia. En la ficción se pueden tomar esencias y hacer variaciones eidéticas sobre un hecho. La novela sería una variación y aportaría una especie de constitución esencial.

P. ¿Es fiable entonces la novela histórica?

R. Es fiable en cuanto a descripción de una esencia eidéticamente constituida, pero no en cuanto a descripción de una existencia. Porque la existencia fue como fue y el novelista no puede decidir seriamente sobre lo que hubo.

P. ¿Qué fue lo más difícil al afrontar el escenario de la contrarrevolución cristera de México entre 1926 y 1929?

R. Reducir. Me sentí abrumado por la cantidad de material que conseguí. Ahora tengo una pequeña biblioteca sobre México, desde La Cristiada, de Jean Meyer, hasta los tres tomos de la historia de México de Enrique Krauze, pasando por el Ulises criollo de José Vasconcelos y el libro de fotografías de Juan Rulfo sobre su país. Aunque la primera referencia la leí en El espejo enterrado, de Carlos Fuentes. Al final ha sido una de mis épocas más divertidas. Sin embargo, estoy un poco avergonzado de esta novela porque me parece que el tema histórico daba para más. El asunto de los cristeros es el verdadero conflicto, porque lo trágico no es decidir entre el bien y el mal sino entre dos bienes. Tienen razón los renovadores mexicanos, los fundadores del PRI, en querer librarse de la dependencia católica convertida en lastre, pero el pueblo mexicano también tiene razón al reclamar el derecho a creer en lo que quieran, en la virgen de Guadalupe o en un dios azteca. Incluso el general Gorostieta, que es un personaje realísimo, un masón en el grado 37, pero que se encristera, se dirige a los obispos en nombre de la contrarrevolución reprochándoles que no hayan sido capaces de estar con ellos en la lucha. Pero la Iglesia los traiciona y el Gobierno silencia el conflicto.

P. Es también una novela de preguerra española.

R. Isabel de la Hoz, el personaje sobre el que gira la historia, viaja de Santander a México y allí se encuentra con una situación problemática parecida a la que se vivirá aquí después, esa lucha entre los católicos españoles. Una diferencia es que los católicos de aquí son de clase alta y media acomodada y los de México son pobres como ratas, por eso tiene más encanto la lucha mexicana, defienden el derecho a creer lo que quieran, y ahí tienen razón.

P. El libro trenza ese conflicto mexicano con la historia de Isabel de la Hoz, quien vivifica el mismo planteamiento de la novela, es decir, que vive una realidad a la que inyecta ficción.

R. Ella sueña todo el tiempo, y su ficción se hace realidad en México. Un mundo fantástico que la sobrepasa: una joven bien, europea, que se casa, viaja a México y queda fascinada por un lugareño muy moreno a quien se une en amor y lucha cristera. Es que no hay nada tan fascinante como lo oscuro, como el color oscuro. Es una experiencia hispana. Lo blanco y vacío europeo frente a la densidad de lo oscuro, de la sexualidad, del deleite, la singularidad, el Jardín de las Delicias de El Bosco, ese mundo verdoso, azuloso, tornasolado, acuoso, seco y cálido; mexicano. La época del pleno mestizaje.

P. Y que la llevó a perder la cabeza.

R. Como la perdería yo mismo en aquellas tierras, o cualquiera de nosotros.

P. Muy decimonónico, como la voz del narrador, que cuenta un secreto público como si estuviera en una visita, y que lo hace para quien lo quiera oír.

R. Eso es. Hay una narración decimonónica absolutamente del siglo XX, con sexo explícito y todo lo que quieras, pero el modo de contarlo pertenece a esa época. Aquí el narrador sabe más que los personajes que siguen su destino un poco a ciegas, medio dormidos. Toda la novela ocurre en ese estado, tiene una estructura casi onírica, los personajes dan la impresión de que sueñan. Quizá ése sea uno de los logros estilísticos, una especie de realismo extraño. Ninguno parece estar en la realidad. Hay una referencia curiosa: la ópera que más me ha impresionado es Orfeo, de Monteverdi, en la que lo interesante es que se trata de un texto recitativo muy lineal donde las voces enuncian una historia elemental. El concepto importante en este libro es el de elocución, está construido prosódicamente, para el canto, para el recital.

P. Otra referencia es El amante de Lady Chatterley, reflejada en Isabel en cuanto a reivindicaciones de igualdad amorosa y sexual, además de transcurrir en los años en que apareció la novela de D. H. Lawrence.

R. No se me había ocurrido, aunque las referencias sexuales son ciertas. Sólo que mientras Lady Chatterley es más sofisticada y consciente respecto a su sexualidad, Isabel tiene una relación temerosa con la suya, no acaba de encontrarse cómoda siendo tocada, acariciada. En parte, consecuencia de la religión. Parece absurdo, pero las mujeres estaban hechas para criar hijos para el cielo y tenían que llegar vírgenes al matrimonio. Aunque es más asunto de costumbres.Pero Isabel está decidida a ser ella misma, no quiere la pasividad de su madre, es algo que le horroriza. Quiere ser única. No ser como una mujer de la sociedad santanderina.

P. En ese afán de rebeldía la novela deja un aliento de libertad.

R. Mmmm... El concepto de libertad que siempre he usado es uno muy hegeliano, que la libertad es una necesidad conocida. Es decir, que los personajes son libres de actuar de acuerdo con una necesidad interior que los impulsa a ser como son. Mis personajes son muy conscientes, libres en el sentido de que se eligen a sí mismos y se atienen a eso hasta el final. Una auténtica coherencia, fidelidad a una necesidad conocida.

P. Que se convierte en esclavitud.

R. ¡Claro! Son ellos mismos con todas sus consecuencias, y al final no saben distinguir si están siendo libres de sí mismos o esclavos de su carácter. No creo que dé un mensaje muy claro sobre esos asuntos de la libertad. Lo dejo de una manera ambigua, quizá ahí está la gracia. Tampoco creo que dé mensajes conceptuales claros en mis libros. Me parece que en esta novela estoy diciendo que Isabel de la Hoz no puede evitar ser como es, y que frente a una sociedad que la obliga a ser una chica convencional ella busca ser ella misma. Aunque en parte es una tontería, ella no tiene grandes aspiraciones.

P. No ser como su madre y empeñarse en un amor-pasión que sabe predestinado al dolor.

R. Hay un poco de vivencia poética del instante, del no hay más allá de esta tarde. Yo no soy una persona que tenga amores de circunstancias. Detesto las cosas circunstanciales, por eso no tengo amores. No quiero dar la impresión de que hago un elogio a la vida espontánea, romántica y arrojada o algo así.

P. ¿Cuál es la idea, entonces?

R. La de una novela poco intelectual en lo que cuento. No sé si esto lo aclara o lo confunde más, pero he querido contar la historia de cómo me imagino a una chica muy singular de Santander que era prima de mi madre y que ejerció una enorme influencia en su generación.Ella contaba miles de cosas, a todos les parecía una persona llena de libertad, de originalidad narrativa y que contagiaba. Siempre se decía que iba y llegaba con muchos signos de libertad. Tenía el encanto de ser única, algo que hoy es difícil porque la globalización ha dado lugar a la uniformización. Pertenecía, por ejemplo, a una sociedad que criticaba mucho a Unamuno porque se metía con don Alfonso XIII.

P. Ofrece muchas facetas de Santander.

R. Es un mundo muy anglófilo y una sociedad conservadora, muy del PP. Todos los personajes que aparecen en la novela son del PP; es decir, fueron nacionales frente a los llamados rojos, serían franquistas, después de Alianza Popular y ahora serían del Partido Popular. También hay una descripción guasona y zumbona del Santander eterno.

P. Si este libro no es una novela histórica, ni intelectual, ¿qué es?

R. Es una novela de psicología-ficción. Es lo último que se me ha ocurrido porque, aunque algunos personajes parten de la realidad, les he creado almas completas, con niñez, juventud y muerte. Y aunque Isabel no es real yo hablo de ella como si existiera.

P. También podría ser un culebrón.

R. ¡Sí es un culebrón! Y yo soy experto en los culebrones venezolanos (risas).

P. O una novela que describe cómo empiezan a deslizarse el querer, la pasión y el deseo.

R. El deseo nos puede.

P. Como Isabel, ¿es mejor vivir una pasión así a no vivirla?

R. No sé contestar. De hecho yo elegí no vivir el amor y la pasión sino contarlo. Escribir es no ser. Uno tiene que elegir entre ser Aquiles o ser Homero. Homero no fue Aquiles, Homero cuenta a Aquiles, y Aquiles es quien llora a Patroclo, que también es creación de Homero. Es cuestión de elegir lo que se quiere ser.

P. Y usted ya eligió.

R. Ser Homero o, mejor dicho, parecerlo. Es una elección un poco siniestra, que hace de nosotros seres de segunda fila. Porque el escritor es un personaje de segunda fila. Y si uno se convierte en ser de primera fila, en una primera figura, no puede entornar la mirada, situarse al margen y ver las cosas con distancia y, por tanto, no podrá contarlas. Contar es estar al margen. Y eso es importante en mi idea de escribir.Pero debo confesar que sí hubiera deseado ser Aquiles. Es decir, ¿quién pudiendo ser Aquiles elige ser Homero? ¡Nadie! O ¿quién pudiendo ser actor en primer plano elige ser un humilde narrador que lo cuenta todo desde atrás? Nadie.

P. ¿Y para reafirmarse en la segunda fila también escribe poesía?

R. Sigo considerándome poeta, pero escribo de cuando en cuando. Ahora se publica Protocolos 1973-2003 (Lumen), que recoge mis cuatro poemarios. Yo utilizo la poesía como un motor para un tipo de invenciones de personajes o situaciones, con lo cual mi poesía suele acabar en prosa.

P. ¿Aún sigue pensando que un escritor necesita muy poca experiencia física real para escribir?

R. Sí. El mundo lo escribo desde aquí, desde este salón. Al final, una vez que te pones a escribir, resulta ser algo muy prosaico. Es todo menos inspiración. Escribo de nueve a cinco, y eso se convierte en un rollo muy cotidiano. Uno no labra del todo la prosa. Y, aunque no es una cosa decidida, hay un componente de improvisación, de impronta, preparada por los años.

P. Antes la ventana al norte significaba estar un poco loco o mirar a las Américas. ¿Cuál es la ventana al norte hoy día?

R. Vivimos una época poco aventurera. Es muy posible que un personaje como Zapatero tenga una ventana al norte, porque es un poco turulata esa idea de que se puede introducir un nuevo estilo en la vida política frente al estilo agresivo y práctico de Aznar. En un mundo pragmático, vulgar y regido por realidades fuertes, Zapatero parece un personaje irreal, su idea es un poco utópica. Aunque deseo que ese punto de locura que se necesita para que las sociedades progresen más lo tenga Zapatero.

P. ¿Estamos en un mundo muy empecatado?

R. No hay concepto del pecado, pero hay que tener cuidado con ese término tan cargado de religiosidad. Vivimos en un mundo frívolo. La actualidad no es la realidad, y el olvido de cierta realidad profunda es el pecado moderno, más en el concepto ético, al vivir de espaldas a la profundidad de las cosas. Es grave porque vivimos en la inautenticidad, en lo inauténtico. Ése es el mundo que Álvaro Pombo García de los Ríos recrea sin apenas salir de aquel salón de paredes cubiertas de cuadros de barcos. Y de bibliotecas con libros que asoman por todas partes y que parecen emboscarlo envueltos por la luz del Oeste.

Álvaro Pombo (Santander, 1939) es licenciado en Filosofía y Letras.RAÚL CANCIO

BIBLIOGRAFÍA

El cielo raso (2001).

La cuadratura del círculo (1999).

Donde las mujeres (1997).

El metro deplatino iridiado (1991).

Los delitos insignificantes (1989).

El parecido (1988).

El hijo adoptivo (1985).

El héroe de las mansardas de Mansard (1983).

Alrededores (artículos, 2002). Todos en Anagrama.

Vida de san Francisco de Asís: una paráfrasis (Planeta, 1996).

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