Columna

Gracias

Aquellos que, como yo, crecimos en el franquismo, desarrollamos una comprensible desconfianza hacia las Fuerzas de Seguridad del Estado. La Guardia Civil, la policía en general y sobre todo los contundentes grises de la dictadura y los siniestros inspectores de la Brigada Político-Social nos producían un miedo considerable. Eran el brazo represor de un sistema arbitrario y tiránico, la viva representación del atropello de los derechos individuales. Eran nuestros enemigos, y a muchos se nos quedó por ahí dentro, durante largos años, una cierta ojeriza, un temor soterrado hacia todos ello...

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Aquellos que, como yo, crecimos en el franquismo, desarrollamos una comprensible desconfianza hacia las Fuerzas de Seguridad del Estado. La Guardia Civil, la policía en general y sobre todo los contundentes grises de la dictadura y los siniestros inspectores de la Brigada Político-Social nos producían un miedo considerable. Eran el brazo represor de un sistema arbitrario y tiránico, la viva representación del atropello de los derechos individuales. Eran nuestros enemigos, y a muchos se nos quedó por ahí dentro, durante largos años, una cierta ojeriza, un temor soterrado hacia todos ellos. Hasta bien entrada la democracia, por ejemplo, seguí experimentando una inquietud irracional cada vez que me topaba con un policía: me sentía inmediatamente culpable. Así se construyen psicológicamente las dictaduras: todos los ciudadanos son culpables hasta que no se demuestre su inocencia.

Con los años, por fortuna, he ido viendo a los integrantes de las Fuerzas de Seguridad como lo que son: servidores de la comunidad. Les he visto trabajando jornadas sobrehumanas socorriendo víctimas de catástrofes, recogiendo muertos descuartizados, persiguiendo criminales armados, deteniendo a etarras feroces, desactivando bombas. Haciendo, en fin, todos esos trabajos peligrosos y durísimos que los demás ciudadanos no tenemos que hacer, porque para eso están ellos. No voy a mitificar: sin duda entre ellos hay indeseables, como en todas partes. Pero la inmensa mayoría están a la altura de lo que su oficio les exige, y es una exigencia descomunal. ¿Por qué lo hacen? ¿Por qué entran en un piso de Leganés para detener a unos terroristas, poniendo en riesgo sus vidas, mientras los demás permanecemos protegidos e ignorantes en nuestras casas? Cobran muy poco y ni siquiera poseen prestigio social. A algunos, supongo, les mueve un verdadero espíritu de servicio. Pero me imagino que la mayoría llegaron a esos trabajos como podrían haber llegado a cualquier otro, y su grandeza reside en el hecho de cumplir modestamente con el papel que les ha tocado. A Torronteras, el geo muerto en Leganés, y a todos los demás que él representa, a esos hombres y mujeres que nos defienden, gracias, muchas gracias.

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