MATANZA EN MADRID

"En un minuto cambia tu vida, te quedas fuera, cuesta arrancar"

Silvia García hablaba con su marido a las 7.35, antes de coger el tren para Alcalá de Henares. Era 11 de marzo y las bombas del cercanías parado en Atocha estaban a punto de explotar. Llegando al andén le decía a su chico: "Estoy en Atocha". En ese mismo momento estalló uno de los vagones. "Creo que es una bomba", repetía por teléfono, pero él no podía oírla. Silvia cuenta el pavor que sintió el muchacho, porque le llegaba el estruendo sin saber muy bien si ella estaba a salvo.

Silvia tiene 30 años y es mediadora social. Iba a Alcalá de Henares porque imparte allí un curso de mediación ...

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Silvia García hablaba con su marido a las 7.35, antes de coger el tren para Alcalá de Henares. Era 11 de marzo y las bombas del cercanías parado en Atocha estaban a punto de explotar. Llegando al andén le decía a su chico: "Estoy en Atocha". En ese mismo momento estalló uno de los vagones. "Creo que es una bomba", repetía por teléfono, pero él no podía oírla. Silvia cuenta el pavor que sintió el muchacho, porque le llegaba el estruendo sin saber muy bien si ella estaba a salvo.

Silvia tiene 30 años y es mediadora social. Iba a Alcalá de Henares porque imparte allí un curso de mediación sociolaboral para trabajar con inmigrantes. "Ya nada es igual". Los días que siguieron al horror ella no pudo trabajar porque tenía problemas musculares, en el cuello. Es una mujer acostumbrada a experiencias fuertes. Ha trabajado con refugiados albanokosovares, con inmigrantes, siempre en el terreno de la cooperación. "En un minuto cambia tu vida", dice ahora. "Te quedas fuera de todo, te cuesta arrancar, nada es lo mismo", repite.

También estaba acostumbrada a montar en trenes, porque su marido trabaja de ingeniero en Puertollano (Ciudad Real), y ella, a un año del aniversario de su boda, iba y venía en el AVE para compartir cualquier día, noche, o fin de semana con él. Antes de estallar las bombas pensaba en lo pronto que él volvería a Madrid y disfrutaba cuando leía La aznaridad, de Vázquez Montalbán, el último libro que llevaba en sus viajes hasta Alcalá de Henares. "Si no hubiera pasado nada, yo habría dado mi clase como cada día y luego habría viajado hasta Puertollano. Pasaba allí las noches y luego me volvía por la mañana. Y hubiéramos ido al cine y escuchado música, que es lo que me gusta", añade.

Pero después de la primera estalló una segunda bomba, y una tercera, y la vida de Silvia, como la de otros centenares de viajeros del tren, no ha vuelto a ser igual. En Atocha volaban los zapatos, y parecía que el techo se venía abajo por los cascotes que caían.

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