Columna

Cambio

Salió cambio. Los resultados de las elecciones generales del 14 de marzo han confirmado la apuesta de la sociedad española por otra política. Sirven, desde luego, para hacer bajar de los coches oficiales a un puñado de políticos subóptimos, cuando no decididamente ineptos, pero sobre todo abren el futuro a un nuevo estilo, más accesible y cordial, con vocación negociadora y de pacto. Once millones de electores apoyaron al socialista José Luis Rodríguez Zapatero y su programa europeísta, de renovación y de progreso para la España plural. El joven dirigente del PSOE ganó en condiciones in...

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Salió cambio. Los resultados de las elecciones generales del 14 de marzo han confirmado la apuesta de la sociedad española por otra política. Sirven, desde luego, para hacer bajar de los coches oficiales a un puñado de políticos subóptimos, cuando no decididamente ineptos, pero sobre todo abren el futuro a un nuevo estilo, más accesible y cordial, con vocación negociadora y de pacto. Once millones de electores apoyaron al socialista José Luis Rodríguez Zapatero y su programa europeísta, de renovación y de progreso para la España plural. El joven dirigente del PSOE ganó en condiciones inesperadas, sobre todo para los estrategas del PP, tan embebidos de tecnocracia demoscópica como ajenos al pulso auténtico de la ciudad. Zapatero venció, para pasmo de las cancillerías del mundo entero, en medio de la alteración civil causada por la matanza terrorista de Madrid y eso le ha parecido a la derecha aznarista una injusticia, una catástrofe inmerecida, un robo. El sentimiento de humillación que embarga al candidato Mariano Rajoy y a los suyos, sin embargo, es proporcional al nivel de dureza, sectarismo, manipulación y prepotencia que aplicaron a su ejecutoria en los tiempos de gloria y hasta en las delicadas circunstancias tras los atentados de Al Qaeda. La democracia ha venido a revelar de nuevo, en su caso dramáticamente, la condición vicaria del poder político (el dirigente acaba despojado de sus atributos por la ciudadanía que se los concedió), lo que siempre es una buena noticia. Por lo demás, el cambio ofrece una clásica y prometedora ambivalencia, como suceso y proceso, o si se quiere, como acontecimiento que desencadena una evolución, modernizadora, democratizadora, progresista, a la que Aznar había tratado de aplicar el freno. La historia tiene la costumbre de pasar por nuestras vidas sin que nos demos cuenta, hasta que surge el hecho singular, el acontecimiento, que da sentido a la complejidad de las cosas. Nadie puede negar la carga moral del relevo y sus lecciones. Más allá de la naturaleza episódica del cambio político, queda claro otra vez que, afortunadamente, en las sociedades laicas la falsedad caduca con estrépito en cuanto la verdad sencillamente ocurre.

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