Columna

Lluvia

La lluvia crea su propia música, oscurece el color de los edificios al otro lado de la calle y ha arruinado el periódico que dejé olvidado en el balcón. Si miro hacia abajo, la humedad embarra las aceras igual que la suela de unos zapatos mezclada con el polen nuevo de esta primavera que parece empujarse a sí misma. La lluvia a veces cae hacia dentro, sus hilos de agua nos cosen la memoria con fotografías casi liquadas como los titulares de un periódico mojado en la terraza. Rostros, nombres, historias.... Pero no me refiero ahora a las historias tristísimas de los que ya no están, sino a las ...

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La lluvia crea su propia música, oscurece el color de los edificios al otro lado de la calle y ha arruinado el periódico que dejé olvidado en el balcón. Si miro hacia abajo, la humedad embarra las aceras igual que la suela de unos zapatos mezclada con el polen nuevo de esta primavera que parece empujarse a sí misma. La lluvia a veces cae hacia dentro, sus hilos de agua nos cosen la memoria con fotografías casi liquadas como los titulares de un periódico mojado en la terraza. Rostros, nombres, historias.... Pero no me refiero ahora a las historias tristísimas de los que ya no están, sino a las nuestras, las de todos los que hemos tenido más suerte y nos hemos quedado para siempre tocados íntimamente por el horror, como Rocío, una militante del PSOE que quería votar a Izquierda Unida. "Fue porque". Al empezar a contarlo, se puso a llorar. Pero no es que se le humedecieran un poco los ojos, como a cualquiera estos días, sino que lloraba a lágrima viva hasta el punto de que los sollozos no le dejaban hilvanar el motivo de su pena. "Pues es que cogí el periódico" -consiguió decir por fin- "y vi la cara de uno de los chavales muertos en el atentado, tan joven y tan" -otra vez se le quebró la voz- "Su hermano decía que el sábado iba a votar por primera vez en su vida, y que quería hacerlo por Izquierda Unida. Y fíjate" -le comentaba al periodista Pablo Ordaz sin dejar de llorar- "yo que soy militante socialista desde que tengo uso de razón, pues he pensado y he sentido que tenía que coger su papeleta y votar por él". Pensar, sentir... a veces están tan mezcladas las dos cosas que no queda más remedio que sentir con el pensamiento y pensar con las emociones. Ha habido mucha generosidad humana en esta consulta electoral en las que no ha vencido el voto del miedo -como temían algunos- que es un voto inmovilista que tiende a encastillarse alrededor del poder, sino que ha ganado el voto del corazón que siempre es de izquierdas. Lo decía también Gaspar Llamazares jubiloso, a pesar del retroceso de su formación política: "Sentimos esta victoria de la izquierda como propia". Y se le notaba en los ojos que era verdad.

Hacía muchísimo tiempo que no se veía en los usos políticos de este país, tanta necesidad de unión y de limpieza. Tanta esperanza. Un joven de no más de veinte años con anorak azul marino lo expresaba bien claro la noche del sábado, en la sede de Ferraz, dirigiéndose a Zapatero con camaradería: "Tío, no nos falles".

En la jornada electoral del 14-M un impulso colectivo e irrefrenable nos alentó a todos contra lo que ya empieza a ser denominado por la prensa extranjera como "la gran mentira de Estado". Una ilusión sin forma empezó a conectarnos de forma espontánea a través de la radio, los móviles, los ordenadores, palabras sobre las ondas, hasta que por fin se fueron confirmando las esperanzas. Sin embargo, y quizá aún más entonces, resultaba inevitable la tristeza como siempre que hay más platos que invitados al final de un banquete.

Decía Italo Calvino en Las ciudades invisibles que ante la barbarie que nos rodea sólo caben dos actitudes posibles: una consiste en aceptar el infierno hasta el punto de no verlo, como no vemos la guerra que desangra otro país. La otra resulta más difícil y exige valentía y aprendizaje continuos: "es buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno y hacerlo durar y darle espacio".

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