MATANZA EN MADRID | Las víctimas

Heridas del 11-M en la Biblioteca Nacional

Con tres empleados muertos y varios supervivientes del atentado,este centro ha pagado un alto tributo

El jueves 11 de marzo, Maribel del Olmo llegó tarde a su trabajo, en la sala de fotocopias de la Biblioteca Nacional, en Madrid, pero no la esperaban caras largas, sino una salva de aplausos y los abrazos emocionados de una treintena de compañeros. Maribel, igual que María, una veterana en el centro, y Vicente Rey, uno de los guardias de seguridad, fueron recibidos ese día como lo que eran: supervivientes de los trenes de la muerte, que sembraron en Madrid el horror y dejaron en esta institución varios sitios vacíos. David Vilela Fernández, un chico de 22 años contratado en el centro de...

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El jueves 11 de marzo, Maribel del Olmo llegó tarde a su trabajo, en la sala de fotocopias de la Biblioteca Nacional, en Madrid, pero no la esperaban caras largas, sino una salva de aplausos y los abrazos emocionados de una treintena de compañeros. Maribel, igual que María, una veterana en el centro, y Vicente Rey, uno de los guardias de seguridad, fueron recibidos ese día como lo que eran: supervivientes de los trenes de la muerte, que sembraron en Madrid el horror y dejaron en esta institución varios sitios vacíos. David Vilela Fernández, un chico de 22 años contratado en el centro de acceso a documentos; Marión Subervielle, una recepcionista de 28 años, y María Luisa Polo Remartínez, de 50, del depósito legal, todos usuarios de la línea de cercanías de Renfe, murieron en los atentados. Puede decirse que hubo una cuarta víctima: Elías González, auxiliar administrativo, perdió a su hijo de 31 años en el tren que explotó en la estación de El Pozo. "La Biblioteca ha sido muy golpeada por este atentado", dice Carlos Santa Cecilia, del gabinete de prensa, "porque muchos de los 500 empleados usamos el tren para venir. Aquí no se puede aparcar y además tenemos justo enfrente la estación de Recoletos". Consciente de esta circunstancia, el gerente ordenó hacer un recuento de empleados esa mañana temprano. "Faltaban la mitad, pero, afortunadamente, estaban en la cafetería", dice un funcionario.

"Me ha entrado una especie de culpabilidad porque el pánico me paralizó", dice Maribel
"Guardo el billete de ida y vuelta que saqué ese día. A las 7.20 me subí al tren"
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Maribel del Olmo llegó con dos horas de retraso. "Vivo en Alcalá-Meco desde hace un año, y todas las mañanas, a las siete, mi hijo y yo cogemos el tren que viene de Guadalajara. Siempre elegimos el mismo vagón, que le pilla a él más cerca de la salida en Nuevos Ministerios. Ese jueves viajaba yo sola, porque mi hijo se quedó en Madrid, con su padre -estamos separados-, porque la noche anterior habían ido al Bernabéu a ver el Real Madrid-Bayern". Esa ausencia le salvó la vida también a ella. "Como iba sola y me encontré a un vecino, no subí al vagón de siempre, que fue el que explotó, sino en el siguiente. Recuerdo que se detuvo en la estación de El Pozo, subió gente, las puertas se cerraron y, no había hecho más que arrancar, cuando se produjo una explosión tremenda". Maribel recuerda que un señor consiguió abrir las puertas de su departamento y que la gente se precipitó al exterior en tromba. "Yo no. Me quedé a un lado, esperando que saliera la multitud. La gente de El Pozo se portó muy bien". Maribel recuerda que los hombres derribaron las alambradas que protegen las vías para que pudieran salir los viajeros. "A algunos les sangraban las manos", dice Maribel, que se ha propuesto recuperar la rutina diaria y sigue yendo a trabajar en tren. "Pero creo que necesito ayuda psicológica, porque me ha entrado una especie de culpabilidad, no sé. En aquel momento me entró un pánico tan terrible que salí corriendo; no fui capaz de ayudar a los heridos". Maribel no deja de preguntarse de qué pasta están hechos los terroristas que atentaron contra ellos. "Precisamente en la Biblioteca hicimos muchos paros contra la guerra de Irak", dice. "Lo teníamos todo lleno de pegatinas de 'No a la guerra". Es difícil que Maribel entienda el engranaje mental del terrorismo. Ni ella ni Vicente Rey, de 42 años, que vigila la Biblioteca. Ese mismo día, Vicente se dio cuenta del poder devastador del pánico. "Guardo hasta el billete de ida y vuelta que saqué ese día. A las 7.10 llegué a la estación de Coslada, a las 7.15 lo pasé por el torno y a las 7.20 me subí al tren. En esas horas punta va tan lleno que uno va mirando a ver si queda libre algún asiento. Recuerdo que dudé mucho a la hora de elegir vagón. El tren era de una sola planta. Yo iba delante. Por fin me senté cerca de la puerta; iba como un enano rodeado de gente de pie por todas partes. El tren entró en la estación. Se abrieron las puertas, y, en ese momento, estalló la primera bomba. Salimos corriendo, con una furia, qué sé yo, dos o tres mil personas. Yo tropecé y me caí, pero no perdí ni la mochila, ni el periódico que había ido leyendo. Entonces, cuando huíamos, sonó la segunda explosión, de una magnitud tremenda. Yo me volví y vi salir humo del vagón, y habría jurado que venía de la parte donde había ido sentado". Vicente dice que no es capaz de subirse a un tren. "El viernes pedí permiso para traer el coche. Luego he cogido el fin de semana libre y mañana [por hoy] tengo que volver al trabajo y no sé qué haré", reconoce. Aunque sabe, como Maribel y María, que es imprescindible retomar la rutina. Aunque los cambios son evidentes. Empezando por el de Gobierno. "Yo prefiero que gobierne el PSOE, pero le aseguro que hubiera preferido que no hubiera pasado nada. Aunque hubiéramos tenido Partido Popular para siempre".

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