Análisis:MATANZA EN MADRID | La pista del integrismo

En el punto de mira de la 'yihad'

El 31 de marzo de 2003, Hosni Mubarak advirtió: "Vamos a tener un centenar de Bin Laden". El presidente egipcio resumía así el principal argumento contra la disparatada guerra de Irak. El remedio era peor que la enfermedad. El peligro que Bush, Blair y Aznar decían pretender conjurar -la supuesta existencia en Irak de armas de destrucción masiva- era muy inferior a los riesgos contenidos en la caja de Pandora que se estaba abriendo. Esos riesgos se han materializado uno tras otro: la libanización de Irak, una feroz resistencia contra los ocupantes y la concesión a Bin Laden y el islamis...

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El 31 de marzo de 2003, Hosni Mubarak advirtió: "Vamos a tener un centenar de Bin Laden". El presidente egipcio resumía así el principal argumento contra la disparatada guerra de Irak. El remedio era peor que la enfermedad. El peligro que Bush, Blair y Aznar decían pretender conjurar -la supuesta existencia en Irak de armas de destrucción masiva- era muy inferior a los riesgos contenidos en la caja de Pandora que se estaba abriendo. Esos riesgos se han materializado uno tras otro: la libanización de Irak, una feroz resistencia contra los ocupantes y la concesión a Bin Laden y el islamismo político de nuevos argumentos, espacios de acción y reclutas.

El 11-M es la consecuencia directa, y tristemente previsible, de la participación española en la guerra de Irak. Antes de esa siniestra fecha, nuestro país ya había pagado un serio precio de sangre por la megalomanía de Aznar: la muerte de 11 soldados y espías en Irak y el atentado yihadista contra la Casa de España en Casablanca. Pero no cabía descartar un horror aún mayor, máxime cuando Bin Laden y Al Zawahiri, los dos principales dirigentes de esa nebulosa de células, grupos y movimientos conocida como Al Qaeda, habían designado a España entre sus nuevos objetivos.

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El empeño interesado del Gobierno en señalar a ETA, su retraso en facilitar los indicios que apuntaban hacia el yihadismo y algunos elementos del 11-M -como la ausencia en el mismo de kamikazes, al menos según la versión oficial-, hicieron que los expertos en Al Qaeda mantuvieran la cautela hasta la tarde del sábado día 13. Ahora no cabe duda: estamos ante el escenario más de pesadilla, un escenario que este comentarista anticipó en 2002, antes de la guerra de Irak, en un libro titulado España en el punto de mira. La amenaza del integrismo islámico. Ya entonces, cuando Aznar se jactaba de tener controlada la situación, había muchos elementos -desde las visitas de Mohamed Atta a Madrid y Salou y la desarticulación en nuestro suelo de comandos islamistas hasta el tono antiárabe de la política de Aznar, pasando por nuestra situación fronteriza con el mundo islámico y la existencia en nuestro seno de medio millón de musulmanes, la gran mayoría inocentes trabajadores, aunque algunos susceptibles de ser tentados por el yihadismo- que hacían temer que nuestro país no estaba a salvo del terrorismo islamista. España, que ya sufría la gangrena del terrorismo etarra, tenía que ser muy prudente en su política exterior.

Alinearse en la guerra de Irak con Francia y Alemania era lo sensato. Lo contrario fue un aventurerismo lindante con la traición a los intereses nacionales. Al nuevo Gobierno de la nación le toca ahora recoger los platos rotos.

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