Crítica:

La copia de la verdad

La fotografía japonesa ha sido desde sus orígenes la que, posiblemente, con mayor fuerza definiera un territorio estético y una tendencia en la historia del medio. Para el lenguaje fotográfico -por denominarlo de algún modo-, las fronteras son sólo un accidente; algo inexistente (las fronteras de la fotografía son móviles y poco, o nada, saben de nacionalismos), las cuales normalmente nos remiten al capítulo de lo estéril. Sin embargo, en el Japón del siglo XIX, y para sus herederos -los fotógrafos del XX-, esta regla general se quiebra. De ello da fe la muestra ...

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La fotografía japonesa ha sido desde sus orígenes la que, posiblemente, con mayor fuerza definiera un territorio estético y una tendencia en la historia del medio. Para el lenguaje fotográfico -por denominarlo de algún modo-, las fronteras son sólo un accidente; algo inexistente (las fronteras de la fotografía son móviles y poco, o nada, saben de nacionalismos), las cuales normalmente nos remiten al capítulo de lo estéril. Sin embargo, en el Japón del siglo XIX, y para sus herederos -los fotógrafos del XX-, esta regla general se quiebra. De ello da fe la muestra Shashin (copia de la verdad ). Fotografías del Japón del siglo XIX. El álbum de Benito Francia y la interesante publicación que la acompaña, humilde en su aspecto, pero muy rica de contenido; el título es extenso, pero así se las gastan por allí. La minuciosidad de sus técnicas, la precisión de sus iluminados -coloreados- a mano de la copia fotográfica, el rigor y la elegancia de las descripciones de topologías, paisajes, el saber hacer una sociología de la imagen -existente cuando se mira, pero que apenas se nota por el encanto de su discreción- nos revela un universo singular e irrepetible.

SHASHIN (COPIA DE LA VERDAD) Fotografías del Japón del siglo XIX

Palacio de Sástago

Sala Ricardo Magdalena

Calle del Coso. Zaragoza

Hasta el 12 de abril

No hay que perder de vista, tampoco, la belleza de la caligrafía que acompañó a las imágenes captadas con la alquimia de la plata en esos tiempos. Shashin, en escritura kanji, es el ideograma con el que los japoneses designan a la fotografía y cuya traducción literal es "copia de la verdad". Así nos lo cuenta el catálogo poético de esta exposición. Un placer. Y aunque date del diecinueve, conceptualmente estas líneas, que para los de otras áreas manejamos tipografías, en la escritura, muy diferentes, conforman un complemento de los registros fotográficos que los subrayan. No en vano, la escritura kanji tiene su origen en los lenguajes de los jeroglíficos (son ideogramas de origen chino que surgieron como una manera de representar la realidad mediante símbolos). Actualmente se utilizan 1.945 kanjis, de los 7.000 que se utilizaron hasta después de la Segunda Guerra Mundial. "Los kanji simbolizan tanto significado como pronunciación" -la musicalidad del ruido de la verbalización y expresión-, explican los organizadores de esta magnífica muestra realizada en el Palacio de Sástago (Zaragoza).

Este coherente álbum, en

2004, representa lo congruente de una forma de hacer colecciones de fotografía con criterio y encanto. De ello es responsable Benito Francia (Alberite, 1854; un pueblo cercano a Logroño), un afiliado al partido liberal desde muy joven "cuya carrera transcurrió entre lo militar y lo político sin olvidar, por cuanto se le consideraba en los círculos militares un ilustrado, cierto interés por la literatura" y que desarrolló una faceta de escritor "más voluntariosa que brillante", según dice de él Marta Recalde.

Fue una persona que supo reunir lo mejor de uno de los fotógrafos clave de su época: Kusakabe Kimbei. Por su obra abundan los ritos funerarios en fotos memorables que recopilan los ritos budistas, pletóricos de difuntos vestidos de difuntos, amortajados con prendas blancas o lo mejor de su vestuario, en un altar con la cabeza hacia el Norte (como así lo imponía, específicamente, esta liturgia). O la descripción, por este mismo autor, en unos bellísimos retratos de los primeros fumadores de tabaco (que llegó a Japón mediante unos comerciantes portugueses). Y las geishas, con sus rituales -especialmente en su faceta de intérpretes de una coral interpretando piezas musicales con el samisen-, un laúd de tres cuerdas, los tambores taiko o una flauta fue.

Una espléndida exposición que, independientemente de sus virtudes fotográficas, compatibiliza un gran valor docente. Recomendada a estudiosos, a viajeros inquietos y a amantes de la belleza.

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