Columna

Zidane fulmina a los árbitros

Para el buen orden del fútbol, Zidane tuvo la virtud de protagonizar un partido que pretendía ser usurpado por el árbitro. En Montjuïc se observaron algunas de las nefastas consecuencias que traerá el célebre penalti, o lo que fuera, de Marchena a Raúl. La peor secuela no es otra que convertir a los árbitros en los reyes de la fiesta. Todo el griterío de la última semana servirá durante las próximas jornadas para sacar el lado exhibicionista de una gente que no se conforma con su condición de mal necesario. Lejos de asumir un papel discreto, los árbitros entran en ebullición cuando entran en b...

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Para el buen orden del fútbol, Zidane tuvo la virtud de protagonizar un partido que pretendía ser usurpado por el árbitro. En Montjuïc se observaron algunas de las nefastas consecuencias que traerá el célebre penalti, o lo que fuera, de Marchena a Raúl. La peor secuela no es otra que convertir a los árbitros en los reyes de la fiesta. Todo el griterío de la última semana servirá durante las próximas jornadas para sacar el lado exhibicionista de una gente que no se conforma con su condición de mal necesario. Lejos de asumir un papel discreto, los árbitros entran en ebullición cuando entran en boca de presidentes, jugadores, periodistas y aficionados. Nada hay más perverso para el fútbol que convertir en actores principales a los árbitros y considerar secundarios los asuntos del juego. Eso es lo que sucedió durante el primer tiempo en Montjuïc, donde el árbitro fue la prima donna hasta que Zidane, con muy buen criterio, decidió retirarle el protagonismo. Un partido que iba directo a la mediocridad cobró el vuelo que sólo está al alcance de jugadores excepcionales. Y Zidane está a la cabeza de esta pequeña raza de elegidos.

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Discutibles o no los penaltis, el árbitro tuvo la pinta jaranera que tanto se estila en la Liga española. Estaba como loco por dar la nota y mantener el centro del debate en el territorio arbitral. En este aspecto, el fútbol español es lamentable. Un campeonato que concentra a la mayoría de las grandes estrellas mundiales gasta la mayor parte de su energía en las hazañas de sus árbitros. Esta incongruencia viene de lejos, de tiempos casi inmemoriales, de manera que los seres más anónimos del fútbol han hecho fortuna en España como cabeceras de cartel. Por desgracia, su protagonismo es invasivo: la metástasis arbitral alcanza a la prensa, trufada de ex árbitros que manifiestan frente a los micrófonos la incompetencia que les hizo famosos como jueces.

El primer tiempo fue presidido por el árbitro. Jugó mal el Madrid y no jugó bien el Espanyol. No puede. Es un equipo hipertenso y mal cosido. Está atacado por la angustia. El Madrid decepcionó porque sus figuras hicieron mutis y porque los nuevos, Borja y Juanfran, no tuvieron descaro ni recursos. La mala condición física de Solari ayudó a empeorar el panorama del Madrid. Eran evidentes sus problemas en los tobillos y no se entendió muy bien su insistencia en jugar. Sólo Zidane se salió de un paisaje decididamente feo. Hizo cosas muy interesantes en la primera parte y superlativas en la segunda. Por un momento, pareció que al Madrid le dio un ataque de vergüenza, como si no pudiera dejar sólo en su brillantez al astro francés. Así que uno a uno, y el ingreso de Figo ayudó mucho a mejorar el panorama, los jugadores se añadieron a la feliz propuesta de Zidane y ya no hubo otro partido que el dictado por el Madrid, con la evidente decepción del árbitro, que desapareció del mapa.

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