Tribuna:

Hacia un nuevo discurso medioambiental

Un foro de internet (WorldVillageOrg) nos propone imaginar la Tierra como una pequeña aldea de mil habitantes. En esa aldea de mil personas, sólo diez tendrían titulación universitaria; habría un solo médico; una única persona dispondría de ordenador, y probablemente no estaría conectada a internet; morirían diez personas al año, y de ellas tres lo harían de hambre. El bosque de nuestra aldea se reduce año tras año y la tierra baldía crece sin freno. El resto de las zonas de tierra son estables. Sólo trescientas personas de la aldea tienen acceso a agua potable. Quinientas personas sufrirían m...

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Un foro de internet (WorldVillageOrg) nos propone imaginar la Tierra como una pequeña aldea de mil habitantes. En esa aldea de mil personas, sólo diez tendrían titulación universitaria; habría un solo médico; una única persona dispondría de ordenador, y probablemente no estaría conectada a internet; morirían diez personas al año, y de ellas tres lo harían de hambre. El bosque de nuestra aldea se reduce año tras año y la tierra baldía crece sin freno. El resto de las zonas de tierra son estables. Sólo trescientas personas de la aldea tienen acceso a agua potable. Quinientas personas sufrirían malnutrición. Solo setenta personas vivirían en entornos seguros y ochocientas vivirían en condiciones infrahumanas...

Algunas de las cifras que arroja esa microrrepresentación de nuestra realidad, la aldea global, pueden parecer asombrosas y plantean inmediatamente la razonable duda de si es posible mantener dicha situación. En los últimos años el Producto Interior Bruto mundial se ha multiplicado por cinco, pero los desequilibrios sociales y la divergencia en la distribución de los recursos productivos han crecido paralelamente. La conciencia de que es necesario articular una solución que rompa esta espiral, y la convicción de que dicha solución debe llevarse a cabo mediante una estrategia prolongada y continuada en el tiempo, es lo que se ha venido denominando desde la década de los noventa como "sostenibilidad" y "gobernanza".

No exagero al afirmar que la construcción conceptual de la sostenibilidad constituye, sin duda, una de las aportaciones más importantes del siglo XX. Sin embargo es el momento de profundizar y de poner las bases para un nuevo discurso medioambiental que recoja toda la crucial importancia histórica de la sostenibilidad pero que, además, marque el camino para superar las lagunas y deficiencias de aquélla.

La sostenibilidad es el eslabón básico del "pensamiento verde", esto es, lo que Manuel Castells describe como la disyuntiva entre medioambientalismo y ecología. Ello supone por sí mismo un cambio radical de discurso: el paso desde la ecotopía, la corrección de la acción destructiva humana, hasta la consideración de la humanidad como componente de un ecosistema complejo en el que se desarrolla la aspiración a obtener un equilibrio en una perspectiva más amplia.

Este pensamiento ha sido crucial en su plasmación política, pues ha conseguido un consenso social unánime respecto a que las políticas medioambientales son estrategias a largo plazo; un plazo que transciende la legislatura, pues entraña el difícil reto de poner las bases para un desarrollo sostenible flexible desde el que recortar riesgos y asentar equilibrios. La Estrategia de Desarrollo Sostenible de la Comunidad Valenciana, con un horizonte de veinticinco años, obedece estrictamente a este planteamiento.

Además -y soy consciente que piso territorio de polémica-, aquí se muestra que la sostenibilidad es una aportación estrictamente política, desde una perspectiva de reivindicación y dignificación de lo político. Política en el sentido defendido por Bernard Crick, como "actividad que intenta preservar la unidad y la paz de una comunidad compleja", solución al problema del orden que prefiere la conciliación a la violencia", "actividad viva, adaptable, flexible y conciliadora". Política en mayúsculas, opuesta a la "política de la ligereza". Ahora bien, la esencial limitación que encuentra la sostenibilidad es que descansa, ante todo, en planteamientos de buena voluntad y de la esfera de las intenciones, pero no ha encontrado encaje en el "lenguaje de los derechos". Esto se visualiza en que la sostenibilidad encuentra su lugar en estrategias, planes y programas, pero no en el terreno de las titularidades jurídicas. No hay un derecho a la sostenibilidad.

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Considero que ha llegado el momento de profundizar nuestro discurso medioambiental, y de avanzarlo hacia terrenos más sólidos y firmes. Y me parece importante, en este sentido, articular el discurso en torno a tres ideas.

En primer lugar, la sostenibilidad debe ir dejando paso, progresivamente, a la categorización de los Bienes Comunes de la Humanidad, al modo que está conceptuándolos el Programa para del Desarrollo de Naciones Unidas (PNUD), es decir, como bienes que pertenecen de manera global e indistinta a todos los miembros de la comunidad humana en su conjunto y que, por ello, se impone la obligación colectiva de velar por ellos y usarlos razonable y equitativamente (Vidal Beneyto). Incorporar las aguas, los bosques, la atmósfera, la capa de ozono, la estabilidad climática... a esta categoría introduce los conceptos de derecho/obligación/defensa que suponen un paso esencial en la profundización de la sostenibilidad. La titularidad colectiva (de la Humanidad) sobre estos bienes puede suponer un paso tan revolucionario como la (hasta hace poco utópica) tipificación de "delitos contra la Humanidad" (y la consiguiente instauración de una justicia internacional).

En segundo lugar, es necesario reformular, al hilo de esta nueva categoría jurídica, un nuevo modelo de gobernabilidad mundial. El actual sistema sobrevive con más o menos fortuna, pero resulta totalmente inadecuado para velar por los bienes naturales que constituyen parte de los Bienes Comunes de la Humanidad. Cómo administrar esos bienes constituye, sin duda, el reto básico del siglo XXI.

Por último, es fundamental entender que sólo será viable llegar a una verdadera configuración de los Bienes Comunes de la Humanidad desde la perspectiva del control, y en este ámbito la figura del control social adquiere, en el momento actual, una importancia crucial. La construcción de la sociedad red (con múltiples puntos de conexión a lo largo de toda su geografía) y la incorporación de las nuevas tecnologías al ámbito de la información administrativa constituyen elementos estratégicos fundamentales, ya que cualquier política medioambiental bien gestionada requiere sistemas de información avanzados.

Por tanto, las bases conceptuales existen. El camino es de largo alcance y debe ser el auténtico motor que dé respuesta a la cada vez mayor demanda de solidaridad y sostenibilidad en el que todos estamos implicados. Éste ya no es un camino más para el futuro, sino el único camino real que nos puede acompañar.

Rafael Blasco Castany es consejero de de Territorio y Vivienda.

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