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Al amparo de una expresión fotográfica exquisita, clara y fluida, Naia del Castillo (Getxo, 1975) evoca en su exposición del Artium la complejidad del comportamiento humano en algunas de sus costumbres. Trabaja sobre una exacerbada dependencia hacia objetos y personas, como en ciertos detalles del entramado de juegos y argucias para fascinar a quien amamos, ideas que desbroza en dos series que titula Sobre la seducción y Atrapados. En la primera, sin ser lineal, recurre a componentes que trasladan directamente a la idea principal. La segunda discurre en dos vertientes: una...

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Al amparo de una expresión fotográfica exquisita, clara y fluida, Naia del Castillo (Getxo, 1975) evoca en su exposición del Artium la complejidad del comportamiento humano en algunas de sus costumbres. Trabaja sobre una exacerbada dependencia hacia objetos y personas, como en ciertos detalles del entramado de juegos y argucias para fascinar a quien amamos, ideas que desbroza en dos series que titula Sobre la seducción y Atrapados. En la primera, sin ser lineal, recurre a componentes que trasladan directamente a la idea principal. La segunda discurre en dos vertientes: una referida a la relación persona-objeto, centrada fundamentalmente en la mujer, y otra, a los lazos establecidos entre humanos. En ambos casos resuelve su reflexión de manera contundente.

Cuando trata de reflexionar sobre la seducción remite al espectador a Cortejo, dos insinuantes piernas con medias de seda blancas calzadas con unos botines de tela con dibujos cortesanos. Amplia el tema con Luciérnaga I y II, donde cuerpos de mujer adoptan posturas cargadas de atractiva sensualidad, realzada por las sofisticadas prendas que las envuelven. Finalmente, Tiro al arco alude al mito de Cupido. En este caso, una chica tensa la flecha de piel de serpiente y plumas de pavo real para lanzarla al aire en la búsqueda de un objetivo de amor.

Atrapados empieza a desbrozarse con la foto de una mujer cuya falda se funde con el asiento de una silla tapizada con la misma tela de la ropa. La misma idea planea sobre la relación entre cama y mujer cuyo camisón es continuidad del tejido que cubre el mueble. En Horas de oficina, la relación patológica se establece desde la cabeza femenina apoyada sobre la espalda de un hombre al que le une un apéndice en forma de caperuza que surge de la chaqueta de éste. Si se trata de la relación con los demás o uno mismo lo plantea en lo que denomina retratos y diálogos. Son cabezas que cubren el rostro con una tupida mata de pelo y cuando se trata de dos individuos se funden a modo siamés entrelazando sus cabelleras.

El conjunto de la obra resulta especialmente atractivo por las reflexiones que destila y la calidad de su realización. Buen resultado para una cabeza bien armada y un trabajo delicado al elaborar el atrezo que acompaña a sus modelos. Catorce fotografías rectangulares y una redonda, en color, a sangre, cubiertas por cristal y envueltas en un marco de haya para lograr una presentación exquisita. Hay que sumar los objetos que han servido para su realización que se presentan como esculturas (instalaciones), porque bien es sabido que quien toma una fotografía antes que nada esculpe y elige la escena. Ahora sólo queda seguir el camino y profundizar en la reflexión.

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