Crónica:LA CRÓNICA

Lo que queda después de la luz

"Cuando me sentí fotógrafo, me sentí libre", cuenta Eugeni Forcano (Barcelona, 1926). Forcano fue el portadista de la revista Destino durante la década de los años sesenta y buena parte de los setenta. En aquellas portadas de Destino aparecía la vida atrapada al vuelo: una mujer con delantal de cuadros que sonríe porque lleva el pan a su casa en un tiempo en que la felicidad consistió en comer a diario; una turista desgarbada, tan extraña como extranjera, acaso un punto Mildred Roper o Doña Croqueta; Josep Pla fumando, desdibujado por una espiral de humo y de literatura; un niño ...

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"Cuando me sentí fotógrafo, me sentí libre", cuenta Eugeni Forcano (Barcelona, 1926). Forcano fue el portadista de la revista Destino durante la década de los años sesenta y buena parte de los setenta. En aquellas portadas de Destino aparecía la vida atrapada al vuelo: una mujer con delantal de cuadros que sonríe porque lleva el pan a su casa en un tiempo en que la felicidad consistió en comer a diario; una turista desgarbada, tan extraña como extranjera, acaso un punto Mildred Roper o Doña Croqueta; Josep Pla fumando, desdibujado por una espiral de humo y de literatura; un niño repeinado que mira con superioridad a un enano vestido de payaso a las puertas de la plaza de toros de las Arenas... Forcano se echa a la calle como otros se tiran al monte y le roba a la vida unos pocos de los muchos momentos que le sobran. La vida es millonaria en momentos de vida, en ratos de vida. En realidad, Forcano ni siquiera roba, viene del estraperlo y trapichea con ella, con la vida. La piratea, copia sus imágenes y las divulga a veces sin su autorización, porque para eso ha existido la censura.

Eugeni Forcano expone sus fotografías en el Palau Robert de Barcelona. Fue portadista de 'Destino', ha trabajado en publicidad...

Eugeni Forcano ha sido el mayor de 13 hermanos. Mientras la vida fue amable con ellos, el padre pudo llevar una modesta empresa, pero luego quebró en una suspensión de pagos y la familia se vio abocada a salir adelante estraperleando hilaturas para Muñoz Ramonet, el gran empresario del gran franquismo. En cuanto pudo instalarse por su cuenta, Forcano organizó una flotilla de tres triciclos que iban y venían por las calles de Barcelona con una exclusiva de Aviaco (Aviación y Comercio) en sus trasportines. Por eso en sus fotografías queda siempre un andar entre la gente y una gente que anda. En las escenas de Forcano, la vida pasea por los mercados (es espléndido su libro Banyoles en dia de mercat, 1966, con textos de Josep Pla y Lluís Permanyer, que antes fue un reportaje publicado en Destino, núm. 1.523), y sólo se detiene la vida cuando se desespera, y entonces hay gente que se pone a hacer cola ante las puertas de las iglesias pidiendo el milagro ("como buen charnego, yo estoy bautizado en la catedral", dice con media sonrisa). Pero la vida reanuda su marcha y los curas salen de las sacristías y pasean sus sotanas por la calle bajo carteles publicitarios para que Forcano los fotografíe también a ellos. Hay gente en sus fotografías que parece dirigirse a ninguna parte porque en la vida sólo les queda la dignidad y la llevan inquebrantablemente encima (una de sus fotos que muestra a un viudo vestido de un luto modesto e impecable, con barba unamuniana, me puso a temblar). Las gentes de estas fotografías van a veces con prisas, otras andan despacio, y algunos se arrastran de rodillas por las procesiones. Es siempre gente que va y viene sin cesar, porque lo que se mueve está más vivo que lo quieto. "A mí lo que me gusta es la gente. Cuando veo que se va a producir el momento de la fotografía, se me dispara el corazón y a la vez disparo la cámara", y al oírle también se me dispara a mí el corazón porque la emoción es la más contagiosa de las sensaciones.

En 1959 Forcano se había quedado solo, con un único triciclo, y sintiéndose fotógrafo se presentó a un premio convocado por la revista Destino y allí se instaló a instancias de Josep Vergés y Néstor Luján. "Cuando me vi fotógrafo, me sentí libre porque no estaba al servicio de nadie", repite y no hay una repetición igual que otra. Ha conseguido desde entonces muchos otros premios, el Ciutat de Barcelona le fue otorgado en dos ocasiones: por su fotografía en blanco y negro (1963) y en color (1976). El presente año de 2004, del 14 de enero al 24 de febrero, se le ha dedicado la Vitrina fotográfica del Palau Robert. Allí se encuentra una breve muestra del Forcano realista, pero también se pueden ver imágenes del Forcano pop, que hizo fotos de publicidad para Myrurgia y para certámenes de moda con imágenes superpuestas, y que confeccionó carteles fotográficos cuando se relacionó con los artistas de Tuset Street (es también el Forcano de la revista Don, donde escribieron en 1964 Marsé, Gil de Biedma, Espinàs, Perucho y Luján). Y asimismo puede encontrase en la Vitrina al Forcano experimental, que busca imágenes compuestas exclusivamente de luz y a veces le salen auténticos kandinskys. Entre toda esta obra, el fotógrafo ha incluido ejemplares de sus libros, y de antiguas postales con modelos que fuman, y sus pases de reportero en los que aparece fotografiado con su bigote de fotógrafo, del mismo modo que Muntañola o Coll se dibujaban con sus bigotes de dibujantes. Y hay una hipnótica colección de broches con mariposas. Y unas gafas de cuadros negros y blancos, como las que llevaba Valentina en Antena infantil, antes de que los Chiripitifláuticos obtuviesen su carta de independencia. Quizá le ha faltado espacio para llevar el Niño Jesús de Praga gigante que rescató de los encantes y que guarda en su casa, o su San Alfonso María de Liguori, que durante mucho tiempo llevó al cuello un pañuelo de Comisiones Obreras (pronúnciese "cecé-oó", como en los telediarios de Urdaci) y al que ahora le cuelga del dedo un viejo llavero del PSUC (como los que aún se pueden encontrar por los encantes).

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