Columna

Los bucaneros

El error fue dramático pero tenía la excusa de estar guiado por un sano voluntarismo maltratado por la gente de bien y los patriotas de toda la vida. Fue una película, la única en la que Yul Brynner usaba peluquín y bigote, en la que unos bucaneros con ganas de integrarse en sociedad quedan seducidos por el general Jackson y una rubia muy melosa, para crear la nación americana combatiendo a los británicos. Total, las clases pudientes, muy celosas de su estatus, no los admiten, atacan a los bucaneros, éstos tienen que volver a la mar, su única patria y Charles Boyer, que era el segundo de a bor...

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El error fue dramático pero tenía la excusa de estar guiado por un sano voluntarismo maltratado por la gente de bien y los patriotas de toda la vida. Fue una película, la única en la que Yul Brynner usaba peluquín y bigote, en la que unos bucaneros con ganas de integrarse en sociedad quedan seducidos por el general Jackson y una rubia muy melosa, para crear la nación americana combatiendo a los británicos. Total, las clases pudientes, muy celosas de su estatus, no los admiten, atacan a los bucaneros, éstos tienen que volver a la mar, su única patria y Charles Boyer, que era el segundo de a bordo -le llamaban el general y sólo había llegado a sargento con Napoleón- arroja al océano su saquito de tierra de Francia que llevaba colgado al pecho, renunciando incluso a aquel recuerdo nostálgico. Moraleja: no te dejes seducir por el nacionalismo, que no es lo tuyo, aunque la mar de la izquierda esté tormentoso, gris y en crisis. Es preferible seguir navegando en él.

No te dejes seducir, como ante las sirenas de La Odisea, por los cantos amables de Josu Jon Imaz. El rumbo de tu navío, aunque la hayas olvidado, procedía de un cierto jacobinismo moderado, y, aunque su calle desapareciera en Bilbao, eras más de Espartero que de Zumalacarregui y su aldeanería. Y el Estado era la Itaca a donde arribar para hacer posible, aunque fuera moderadamente, todas las utopías de la igualdad y la solidaridad, por lo que no se puede ni derruirlo ni centrifugarlo con la ignorancia de aquellos aldeanos que al asaltar el alcázar de Segovia se quedaron con la caja de las monedas y quemaron los bonos del Estado. Con civilidad ilustrada, aunque en los tiempos de tele basura no dé muchos votos, los milicianos de San Sebastián fueron corregidos por el duque de Mandas y no llevaron a cabo, en solemne acto, la quema de un tratado foral aunque aquellos carlistas quemaran la Constitución. No hay que quemar nada, menos la Constitución, ni dar a entender que no te molestaría, porque eso les anima.

En estos tiempos que corren en los que cada líder periférico reivindica la cosa más curiosa con tal de alcanzar más poder para su feudo (y quedarnos todos sin nada), salir en tono melifluo diciendo que todo es susceptible de mejora, lo que no deja de ser una obviedad, es echar leña al fuego. En una situación apacible no tendría tanta trascendencia,pero en esta situación a un amigo, ya fallecido, no le quedó más remedio que exclamar que la Constitución era sagrada. Lo exclamaba como el escudo que es para evitar que unos patriotas exacerbados le asesinaran, pero también lo decía para evitar que otros patriotas no tan exacerbados le privaran de la ciudadanía, lo que no deja de ser, también, una cosa exacerbada. Desgraciadamente murió, pero con las botas de la ideología puestas y agarrado al timón

Entiendo perfectamente lo de la España plural, garantizada por un Estado unitario; lo que es un riesgo irresponsable es que esa pluralidad lamine al Estado. Sólo habrá España plural si se mantiene el Estado unitario, aunque sea descentralizado. Pero da la sensación que en esta fase electoral el grito es el de barra libre, como si dicha liberalidad no conllevara ya a muchos ciudadanos en el País Vasco, el primer lugar donde se lanzó la invitación con el nombre de plan, problemas muy serios. Si esa dinámica se desea trasladar a otras zonas de España, que luego no se quejen los recaudadores de votos de las consecuencias. Para muestra ya está el País Vasco.

Aunque el respeto de la izquierda al pluralismo periférico viene de antiguo -Indalecio Prieto alardeaba de foralista a fuer de liberal-, dicho respeto no debe animar a la destrucción de ese pluralismo porque cada cual, mal entendiéndolo, acabe constituyendo microestados sin pluralidad ni diferenciaciones internas. Ese respeto no puede dar la apariencia tan siquiera de centrifugar al Estado. Al fin y al cabo, éste era el puerto a donde toda la izquerda, a excepción de anarquistas y libertarios -no es verdad que el socialismo español tenga orígenes libertarios-, quería llegar para materializar sus reformas.

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