Análisis:

Deslocalizaciones

Las desinversiones anunciadas por algunas empresas extranjeras establecidas en España han generado una lógica inquietud no sólo en las regiones inmediatamente afectadas, sino en otras igualmente receptoras de inversión extranjera directa. La presunción de que los salarios más bajos que ofrecen otras localizaciones son las que justifican esas decisiones empresariales, siendo válidas en algunos casos, pueden inducir a un diagnóstico incorrecto sobre el balance de carencias y atributos que exhibe nuestra economía frente a los inversores extranjeros. La realidad es que los factores que impulsan la...

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Las desinversiones anunciadas por algunas empresas extranjeras establecidas en España han generado una lógica inquietud no sólo en las regiones inmediatamente afectadas, sino en otras igualmente receptoras de inversión extranjera directa. La presunción de que los salarios más bajos que ofrecen otras localizaciones son las que justifican esas decisiones empresariales, siendo válidas en algunos casos, pueden inducir a un diagnóstico incorrecto sobre el balance de carencias y atributos que exhibe nuestra economía frente a los inversores extranjeros. La realidad es que los factores que impulsan la actual dinámica de inversión extranjera directa (IED) sobre una base global van mucho más allá que las tradicionales ventajas en costes.

En España, el descenso de la inversión extranjera directa en los últimos años ha sido más intenso que el observado en promedio en Europa

Claro que hay sectores donde el nivel relativo de los salarios determina la orientación de esos flujos de inversión, pero en modo alguno son los fundamentales a la hora de explicar el atractivo relativo de un país como destino de ese colesterol bueno, como se suele calificar a la IED, en contraste con la menor vocación de estabilidad de las restantes categorías de flujos internacionales de capital. ¿Cómo se entiende que los principales países huéspedes de esas inversiones sean los países más avanzados, donde los salarios no son precisamente los más bajos del mundo?

La UNCTAD acaba de anticipar sus estimaciones sobre los flujos de IED en 2003. De los 660.000 millones de dólares de IED, el 72% tuvieron como destino las economías más desarrolladas del mundo. El principal receptor, excluido Luxemburgo (por razones esencialmente fiscales), ha sido un año más EE UU, que acaparó una cuantía de inversión equivalente al 60% de la destinada a todas las economías en desarrollo y más de tres veces la acogida por esas economías del este de Europa a las que ahora miramos con cierto recelo desde España. Los siguientes receptores en importancia fueron Irlanda, Francia y Alemania, que no son precisamente más baratos en términos salariales que España; sí disponen, sin embargo, de condiciones que la economía española exhibe en mucha menor medida. Por ejemplo, un stock de capital tecnológico y humano significativamente superior y un clima más favorable a la innovación.

En España el descenso de la IED en los últimos años ha sido más intenso que el observado en el promedio de Europa. En el conjunto de la UE, la suma captada en 2002 fue equivalente al 96% del año anterior, mientras que la misma proporción en España no superó el 72%. Hasta octubre de 2003 (últimas cifras disponibles para España), la caída en las entradas era también mucho más pronunciada que en el promedio de las economías de nuestro entorno.

En lugar de buscar razones políticas más o menos circunstanciales y distantes de la realidad, puede resultar más aleccionador analizar ese descenso de la IED en España a la luz de los últimos datos divulgados en el informe de la Comisión Europea ("Delivering Lisbon"), sobre el grado de cumplimiento de la Agenda de Lisboa. En él se refleja, por ejemplo, que España forma parte de los países de la UE (junto a Grecia y Portugal) que menos recursos asignan a investigación y desarrollo, en relación a su PIB. Lo más inquietante es que Eslovenia o la República Checa estén por delante de España en esas inversiones estratégicas, y Hungría prácticamente al mismo nivel. Los tres países, recordemos, se integrarán como miembros de pleno derecho de la UE el próximo mayo, y no sólo competirán por la localización de inversiones extranjeras, sino también por las limitadas transferencias comunitarias, cuyo principal beneficiario neto es hasta ahora España.

En el mismo informe de la Comisión, todos los países de la ampliación menos Malta tienen un nivel educativo (medido por el porcentaje de la población entre 20 y 24 años que ha completado al menos la educación secundaria) superior al español. Todas esas economías, como era de esperar, tienen niveles de precios significativamente inferiores a los nuestros.

De forma complementaria, el también recientemente publicado índice de competitividad del World Economic Forum sitúa a España en la posición 23 de la clasificación mundial, algo por debajo del pasado año, y detrás de Estonia y Malta. En la calidad de las instituciones públicas y la dotación tecnológica, dos de los pilares sobre los que se basa ese índice, la posición española es aún más baja, mientras que en el correspondiente al entorno macroeconómico el ascenso es hasta la posición 17. La UNCTAD prevé que a lo largo de este año los flujos globales de IED, tras su descenso en 2002 y 2003, vuelvan a crecer, al socaire del mejor clima en la economía mundial, de su traslación a los beneficios empresariales y, en última instancia, a la confianza empresarial.

La cuestión es si, con las dotaciones de capital vigentes, estamos a tiempo de aprovechar esa bonanza inversora que permita olvidar las recientes deslocalizaciones o las que estén por anunciar. La nuestra puede ser una economía que ha dejado de ser atractiva para las inversiones en sectores intensivos en trabajo, pero que no ha llegado todavía a serlo suficientemente en aquellos más intensivos en conocimiento. Acelerar esa transición debería ser hoy la tarea prioritaria de cualquier política económica, venciendo incluso esa aversión al endeudamiento público que hoy exhiben los dos principales partidos políticos en nuestro país.

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