Columna

Catequesis

No está probada la existencia de Dios. Tampoco su inexistencia. Sucede, además, que hay muchos dioses. Y a varios se les considera únicos: Alá, Yaveh y el dios de los cristianos, quien, a su vez, es Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Este conflicto lo resuelven algunos teólogos de un modo admirable: arguyen esos hombres prudentes que al existir un solo dios, tanto Alá, como Yaveh como el dios de los cristianos son el mismo Ser Supremo, aunque vivido desde religiones diversas, que, además, son bastante parecidas en el fondo en tanto que monoteístas. Tampoco está de más recordar que la persona d...

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No está probada la existencia de Dios. Tampoco su inexistencia. Sucede, además, que hay muchos dioses. Y a varios se les considera únicos: Alá, Yaveh y el dios de los cristianos, quien, a su vez, es Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Este conflicto lo resuelven algunos teólogos de un modo admirable: arguyen esos hombres prudentes que al existir un solo dios, tanto Alá, como Yaveh como el dios de los cristianos son el mismo Ser Supremo, aunque vivido desde religiones diversas, que, además, son bastante parecidas en el fondo en tanto que monoteístas. Tampoco está de más recordar que la persona de Abraham es capital para judíos, musulmanes y cristianos, y que los musulmanes tienen en alta estima a Jesucristo. Por cierto, estas armonías y trasvases, tan admirables, casan muy mal con el odio secular entre la Cristiandad y el Islam, por no hablar del mortífero antisemitismo. Otras religiones tienen muchos dioses, y no me refiero al panteón griego o al pagano, pues tanto uno como otro han caducado: nadie cree hoy en Júpiter, tampoco en su antecesor Zeus. Pienso, por el contrario, en las complejas deidades indias, en los humildes dioses del animismo. Y no me olvido de que existen religiones sin dioses, como sucede con el budismo, fe elevada y sutil, misteriosa y terrena. Hay, pues, muchas divinidades. Demasiadas para que un país laico, como España, apueste solo por una, aunque sea la de la mayoría. Mayoría en peligro pues parece que la fe de las personas en la vida ultraterrena -clave de toda religión- se reduce poco a poco, una vez liquidada -con permiso del Vaticano- la existencia del infierno. Tal vez lo razonable es que el Estado fuera neutral, y además positivista; es decir, que educara a sus ciudadanos en lo probado científicamente, no en aquello que pertenece a la respetabilísima fe de los creyentes, quienes deberían saciar su hambre de absoluto en sus templos y prácticas, no en los colegios de todos. Y si se acuerda mantener la docencia metafísica en las aulas públicas, en ese horario debería enseñarse el pacífico y democrático agnosticismo.

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