Guerras en lista de espera
En nuestros territorios hay más de una guerra por ganar. Una de ellas la padecemos todos y nos ataca cuando menos la esperamos. Es la de la inseguridad ciudadana.
A pocos años de mi jubilación laboral, el 18 de diciembre, recibí la visita de la inseguridad. Me sorprendió sola y en mi puesto de trabajo. El hombre llegó con una necesidad imperiosa de dinero, y era evidente que se encontraba muy mal con su condición de vivir esclavo de una adicción. Con agresividad y amenazas me exigía una cantidad importante de dinero, y aunque le repetía que sólo me alumbraba el bonobús y cinco euros par...
En nuestros territorios hay más de una guerra por ganar. Una de ellas la padecemos todos y nos ataca cuando menos la esperamos. Es la de la inseguridad ciudadana.
A pocos años de mi jubilación laboral, el 18 de diciembre, recibí la visita de la inseguridad. Me sorprendió sola y en mi puesto de trabajo. El hombre llegó con una necesidad imperiosa de dinero, y era evidente que se encontraba muy mal con su condición de vivir esclavo de una adicción. Con agresividad y amenazas me exigía una cantidad importante de dinero, y aunque le repetía que sólo me alumbraba el bonobús y cinco euros para el café, el no me creía.
Afortunadamente, dos personas ligadas a mi trabajo se dieron de cara con la escena, y una ellas salió a la calle y paró a un joven que usaba su móvil. Él, no sólo llamó a la policía sino que se enfrentó con potentes voces al asaltante que, al ver rotos sus esquemas, emprendió la huída.
Reitero mi agradecimiento al joven desconocido y a la persona que se le cruzó en su camino para avisarle. También a la policía que llegó sin demora. Son demasiados los que van sembrando el pánico intimidando a sus propias familias y a ciudadanos pacíficos y desprevenidos, a quienes desvalijan con procedimientos cada vez más violentos. Quienes no nos dejan vivir nuestras calles con confianza, viven por regla general en ambientes marginales, a las órdenes de la dañina droga que los maneja a su santa voluntad.
No es utopía suponer que quizá con menos dinero que el que se invierte en artefactos guerreros, o en ayudar al invasor americano en Irak, se terminaría o se paliaría en un porcentaje bastante alto la inseguridad que padecemos. El ataque a la marginalidad tendría que comenzar lanzando proyectiles de igualdad, asaltando barriadas enteras con armas para educar, invadir ciudades con puestos de trabajo indefinidos, y bombardear sin tregua las venas de los enganchados con programas desintoxicantes. Para terminar la operación facilitándoles cobijo al personal necesitado en viviendas dignas de precios decentes, y según se vallan cumpliendo misiones y consiguiendo objetivos, seamos los gobernados los que digamos con razón que España va bien.