Crítica:

Estar en el mundo

Con apenas 29 años, Steve McQueen ganó el Turner, un premio que se concede al mejor artista británico -o que trabaja en el Reino Unido- menor de 50 años y que tiene el gran mérito (según la crítica más vitriólica del país, que en el ámbito del arte contemporáneo es la mayoría) de que el ganador de cada año cumple el objetivo de convertir en arte la obra que ganó el año anterior. Sin embargo, ¿quién puede cuestionar hoy el talento de Malcolm Morley (1984), Richard Deacon (1987), Richard Long (1989), Rachel Whiteread (1993) o Damian Hirst (1995)? Fue el escocés Douglas Gordon quien en 1996 consi...

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Con apenas 29 años, Steve McQueen ganó el Turner, un premio que se concede al mejor artista británico -o que trabaja en el Reino Unido- menor de 50 años y que tiene el gran mérito (según la crítica más vitriólica del país, que en el ámbito del arte contemporáneo es la mayoría) de que el ganador de cada año cumple el objetivo de convertir en arte la obra que ganó el año anterior. Sin embargo, ¿quién puede cuestionar hoy el talento de Malcolm Morley (1984), Richard Deacon (1987), Richard Long (1989), Rachel Whiteread (1993) o Damian Hirst (1995)? Fue el escocés Douglas Gordon quien en 1996 consiguió colocar el vídeo en las listas más calientes de los Turner, con una obra potentísima capaz de convertir el espacio expositivo en una "cuarta pared" o en un diafragma entre dos mundos enfrentados, el cine y la realidad. Tres años más tarde, McQueen siguió su estela con una obra profundamente rudimentaria, pero más impactante, cuyos tropos fílmicos ya se encontraban en la filmografía de Buster Keaton, Jean Vigo, Billy Wilder, en las performances de Acconci y Nauman, y en la fotografía de Rodchenko y Man Ray: los ángulos más extremos -una forma de cuestionar la narrativa y la manera de observar la realidad-, el blanco y negro, la falta de diálogos, la repetición o el absurdo. A todo ello hay que sumar la estrategia de la instalación: la imagen es proyectada en un espacio cerrado, a una escala mayor que la humana, del suelo al techo y de pared a pared. El espectador deja de serlo para convertirse en actor, envuelto en una atmósfera silenciosa y más consciente de su propia fisificidad.

STEVE MCQUEEN

Fundación Tàpies

Carrer d'Aragó, 255. Barcelona

Hasta el 15 de febrero de 2004

La Fundación Tàpies presenta sus cuatro mejores trabajos, desde Bear (1993), en la que muestra la lucha de dos hombres que alternan relaciones y ambiguos gestos de agresividad y atracción erótica, hasta las dos últimas presentadas en la Documenta 11, Western Deep/Carib's Leap, donde narra el suicidio en masa de los indígenas caribes de la isla de Granada y la bajada a los infiernos de un grupo de hombres en una de las minas de oro más profundas del mundo, en Suráfrica. Just above my head (1996) es una lectura reivindicativa de la obra de James Baldwin y Exodus (1992-1997) es un viaje a la tierra prometida de Bob Marley desde la cínica blancura del asfalto de la City. Más allá de la retórica, la obra de McQueen es un ejercicio de estilo que nos transmite lo que significa hoy estar en el mundo.

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