Columna

Maragall

Empieza bien Maragall, haciendo las cosas que importan a la gente, gobernando para los que no han tenido tanta suerte en la vida como esos hijos de familia que pasan de la Universidad al despacho en la fábrica de papá, o en el bufete del primo, o en la caja de ahorros que caciquea el tío, o en la oficina pública donde les hicieron interinos por el morro. O asesores de la nada.

No todos lo han tenido tan fácil en la vida, y precisamente para ellos, para los jóvenes de los contratos esclavistas, para las parejas que no pueden comprarse un piso, ni soñarlo siquiera, para los enfermos de tr...

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Empieza bien Maragall, haciendo las cosas que importan a la gente, gobernando para los que no han tenido tanta suerte en la vida como esos hijos de familia que pasan de la Universidad al despacho en la fábrica de papá, o en el bufete del primo, o en la caja de ahorros que caciquea el tío, o en la oficina pública donde les hicieron interinos por el morro. O asesores de la nada.

No todos lo han tenido tan fácil en la vida, y precisamente para ellos, para los jóvenes de los contratos esclavistas, para las parejas que no pueden comprarse un piso, ni soñarlo siquiera, para los enfermos de tristeza o de frío, y para los ancianos que se mueren solos por las casas, es para quien se ha puesto a trabajar en Cataluña don Pasqual Maragall, tan cuerdo él, y eso que lo teníamos por algo loco -lo que, por lo general, conviene- con sus federalismos asimétricos y con sus atrabiliarias apelaciones al drama.

Pasqual Maragall es de izquierdas, aunque venga del señoritismo culto del Ensanche, y se dispone a hacer los deberes del pueblo: reducir las listas de espera, lograr que los médicos dediquen más tiempo a los pacientes, reducir la delincuencia en las calles y ofrecer a los inmigrantes una puerta donde llamar, donde les miren a los ojos, y hasta donde les sonrían, por favor.

Cataluña es simpática con Maragall, y España también ha de serlo más, así que tranquilo, Carod-Rovira, tranquilo, que los antipáticos de esa España antipática de la que hablas son pocos, principalmente los terroristas, quienes les protegen y quienes les dan amparo moral, aunque parece que se reducen esas gentes, según apunta el último Euskobarómetro. Porque cada vez habrá menos nacionalistas en las Españas, de cualquier nacionalismo, y eso es algo esperanzador y fecundo.

El president Maragall empieza bien. Y barrunto que logrará que Cataluña sea más conocida y apreciada en el resto de España, más propia. Por lo demás, la Comunidad Valenciana, Murcia y el oriente andaluz precisan el agua del Ebro y la tendrán. Porque la simpatía y el agua es de todos.

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