Columna

Lenguas

Iba yo en autobús, hacia el este, desde Málaga, y oía las conversaciones de dos marroquíes y dos africanos negros, dos y dos, separados por el pasillo, sentados juntos. Los dos negros parece que se acababan de conocer: eran de nacionalidades y lenguas distintas, se entendían con mucha dificultad en español, y en español hablaban de vez en cuando con los marroquíes, que entre ellos hablaban en árabe. Entre el árabe salían a flote, aquí y allí, como si fueran los conceptos que daban sustancia a la conversación, cuatro palabras españolas: ayuntamiento, Seguridad Social y policía (ésta es una pala...

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Iba yo en autobús, hacia el este, desde Málaga, y oía las conversaciones de dos marroquíes y dos africanos negros, dos y dos, separados por el pasillo, sentados juntos. Los dos negros parece que se acababan de conocer: eran de nacionalidades y lenguas distintas, se entendían con mucha dificultad en español, y en español hablaban de vez en cuando con los marroquíes, que entre ellos hablaban en árabe. Entre el árabe salían a flote, aquí y allí, como si fueran los conceptos que daban sustancia a la conversación, cuatro palabras españolas: ayuntamiento, Seguridad Social y policía (ésta es una palabra prácticamente internacional). Entonces un marroquí le dijo al negro que se sentaba al otro lado del pasillo:

-Tú tienes mucha cara.

Esta frase avivó la conversación entre los dos africanos que buscaban entenderse en español, la lengua más común que habían encontrado. El negro acusado de tener mucha cara le preguntaba a su compañero qué había querido decir el marroquí, qué significaba exactamente eso de tener mucha cara. No conseguían explicárselo. "Mucha cara es mucha cara", dijo uno. "¿Mucha cara grande?", contestó el otro. "Grande o no grande", respondió el primero, que tenía la cara grande, bastante grande. Los dos querían hablar español, su nueva lengua franca. Me he acordado de ellos cuando he sabido de un ciudadano de Mali que lleva veinte días en Níjar, al noreste de Almería, y graba en un magnetofón todo lo que oye en español: piensa aprender español repetiéndose muchas veces todo lo que graba.

Hay en Níjar, en un invernadero abandonado, un campamento de gentes originarias del África noroccidental, de la franja que se extiende por Mauritania, Senegal, Gambia, Guinea y Costa de Marfil. Nos lo descubría Tereixa Constenla el miércoles pasado, en estas páginas. Son africanos casi irreales, a pesar de que se afanan en existir entre las ruinas de plásticos y palos del invernadero irreal de Níjar: no tienen documentación para vivir en España, no hay sitio adonde se les pueda deportar. Se alimentan de la caridad católica y de los tesoros que ofrecen los contenedores de basura. Han encontrado aquí su tierra deseada, la lengua que quieren hablar, el mundo magnífico al que quisieran pertenecer, ese mundo que admite paraísos tan fantásticos como el inimaginable invernadero de Níjar.

Tereixa Constenla había transcrito dos días antes sus conversaciones con cuatro marroquíes a los que, al oeste de Almería, en las carreteras de El Ejido, asaltantes que golpeaban y huían les habían roto la cara o la clavícula con barras de hierro o bloques de cemento. Uno de estos inmigrantes (todos sin documentación, pero trabajadores más o menos fijos para empresarios de la zona) dice que está pensando en irse, "porque la gente aquí es mala". No creo yo que toda la gente sea mala, ni aquí ni allí. Es verdad que las autoridades de aquí son poco de fiar, o no cumplen su palabra, o por lo menos no han cumplido los acuerdos para integrar a los inmigrantes, firmados después de los motines racistas de El Ejido en febrero de 2000, según informaba Tereixa Constenla.

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