Columna

La luz

Hartos de los dogmas y ávidos de publicidad internacional, un grupo de científicos, desde Holanda a China, están lanzando hipótesis provocadoras sobre el origen del universo, la idea del tiempo, los agujeros negros o la teoría de la relatividad. Incluso la luz, considerada un pilar intocable en el conocimiento, forma parte de sus reiteradas profanaciones, y João Magueijo, profesor de física teórica en el prestigioso Imperial College de Londres, acaba de publicar un libro (Más rápido que la luz) que conmueve hasta la fórmula sagrada de Einstein (E=mc2). Porque, atendiendo a nuestr...

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Hartos de los dogmas y ávidos de publicidad internacional, un grupo de científicos, desde Holanda a China, están lanzando hipótesis provocadoras sobre el origen del universo, la idea del tiempo, los agujeros negros o la teoría de la relatividad. Incluso la luz, considerada un pilar intocable en el conocimiento, forma parte de sus reiteradas profanaciones, y João Magueijo, profesor de física teórica en el prestigioso Imperial College de Londres, acaba de publicar un libro (Más rápido que la luz) que conmueve hasta la fórmula sagrada de Einstein (E=mc2). Porque, atendiendo a nuestra cultura de cambios continuos, ¿cómo puede aceptarse todavía uniforme la velocidad de la luz? João Magueijo alega que, en el principio, la luz brotó con una rapidez inaudita, pero el tiempo llegó a situarla en la actual velocidad de crucero de 299.792 kilómetros/segundo, y pronto, aunque sin saber cuándo, irá reduciendo su celeridad. En ese proceso se comportaría la trayectoria de la luz como la vida misma de los animales y su esencia no diferiría demasiado de la biología. Así, también, la tesis de Magueijo atribuye al chorro luminoso un comportamiento similar al discurrir del agua desde los bulliciosos yacimientos hasta la calma de los lagos. Con un elemento añadido más: mientras aquella luz naciente sería más sutil que el gas, la luz adulta, al ir traspasando milenios, se espesaría hasta lograr las propiedades de un sólido. La luz se hallaría, por fin, al alcance del tacto y traducida en máximo objeto. Una luz expurgada del molesto vértigo de la velocidad y convertida en esencia pura y dura. Luz excelente, porque en vez de actuar a granel y desplegándose como un fantasma incorporal, sería una luz engastada y quieta. La luz como cristalización formal del suspiro originario, tótem del Big Bang, fulminante de un universo ya sin más enfermedades, ni cronología. Este bulto, en suma, denotaría una especie de culminación eterna y una ancianidad exenta de amenazas. Luz, en definitiva, persistiendo sin adherencias viajeras ni otras fatigas. Convertida para siempre en brasa sin humo o dios menudo hecho a la medida de la esperanza humana, libre del accidente, la muerte y el dolor.

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