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A menudo, las frecuentes trifulcas entre los fervientes seguidores del Real y el Atlético de Madrid, que suelen exacerbarse cada vez que la jornada de Liga los empareja en la confrontación, llegan a una situación límite cuya intensidad se podría cuantificar en treinta segundos antes del asesinato, pero de la que, sin embargo, siempre acaban saliendo sin que la sangre llegue al río Manzanares. El milagro se debe a que en el subconsciente de ambas hinchadas existe un resorte, casi biológico de tan mental, que acaba activándose antes de desencadenarse la catástrofe al grito compartido y unánime d...

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A menudo, las frecuentes trifulcas entre los fervientes seguidores del Real y el Atlético de Madrid, que suelen exacerbarse cada vez que la jornada de Liga los empareja en la confrontación, llegan a una situación límite cuya intensidad se podría cuantificar en treinta segundos antes del asesinato, pero de la que, sin embargo, siempre acaban saliendo sin que la sangre llegue al río Manzanares. El milagro se debe a que en el subconsciente de ambas hinchadas existe un resorte, casi biológico de tan mental, que acaba activándose antes de desencadenarse la catástrofe al grito compartido y unánime de "¡Muerte al Barça!". Nada aplaca tanto la violencia entre iguales e impone mayor cohesión que desviar los ardores locales hacia un adversario exógeno común. Esa misma táctica, y con idéntica deportividad, la aplicó el jueves el PP, cuando en medio del agitado oleaje levantado por los forofos del ministro del Suministro, Eduardo Zaplana, con motivo de una declaración autonómicamente correcta del consejero de Territorio, Rafael Blasco, sobre la necesidad de adaptar la estructura orgánica del partido a la de la Generalitat, cerró filas y se puso a disparar al unísono contra el PSPV. Mientras tanto, Francisco Camps ondeaba en lo alto una oportunísima encuesta, como una pancarta de síntesis entre ambas orillas del cisma que subrayaba a una derecha movilizada permanentemente y en tensión frente a una izquierda indecisa que sigue sin saber ni contestar. Muchos de los recursos que utiliza el presidente Camps en su comportamiento político están acreditados en el fútbol, que tanto le gusta. Sin ir más lejos, la presión a la que le está sometiendo Zaplana y su modo de cerrar la defensa en el borde del área para que no se cuele ni el aire recuerda mucho al sistema del psicoanalista Héctor Cúper. El gran asunto del entrenador de Santa Fe en el Valencia fue haber convertido su defensa en un muro de hormigón impenetrable, aunque a menudo el equipo acabó ahogándose debajo de su propio caparazón y muchos aficionados terminaron pensando que ese sistema tenía más que ver con el sector de la construcción que con el fútbol.

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