Columna

El pellizco

No es de extrañar que Schwarzenegger vaya de favorito en los comicios de hoy en California; la política es cada día más un juego mediático y la fama, esa perversión barata del prestigio, es el bien más rentable ante las urnas, de manera que los periodos electorales empiezan a semejarse peligrosamente a las sesiones eliminatorias del Gran Hermano. Y así, mientras que Bush se retrataba vestido de piloto pinturero para parecer un actor de película bélica, Schwarzenegger es la cosa misma, es un actor que interpreta a un político, es el más famoso por definición. Por otra parte, dada su prof...

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No es de extrañar que Schwarzenegger vaya de favorito en los comicios de hoy en California; la política es cada día más un juego mediático y la fama, esa perversión barata del prestigio, es el bien más rentable ante las urnas, de manera que los periodos electorales empiezan a semejarse peligrosamente a las sesiones eliminatorias del Gran Hermano. Y así, mientras que Bush se retrataba vestido de piloto pinturero para parecer un actor de película bélica, Schwarzenegger es la cosa misma, es un actor que interpreta a un político, es el más famoso por definición. Por otra parte, dada su profesión es de suponer que por lo menos se ha tenido que leer los guiones de sus propias películas, un esfuerzo alfabético que a lo mejor le proporciona alguna vidilla neuronal, mientras que de otros políticos se sabe que no son capaces de leer ni el prospecto de una caja de aspirinas (eso cuentan de Bush, sin ir más lejos).

Y, por si fuera poco, ahora dicen que Schwarzenegger le mete mano a las chicas. Vaya, vaya: qué cosas acaban por salir en las elecciones. Incluso esas cosas invisibles que nadie menciona, esas cosas que, de tan habituales, parecen formar parte de las paredes del mundo. Porque esos pequeños abusos, esos sobos supuestamente chistosos, esas palmadas subrepticias, esa gracia sin gracia del machista que se frota, que roza y que pellizca, es algo absolutamente común, algo muy frecuente en la vida cotidiana. Y normalmente son temas de los que no se habla; es una molestia, una incomodidad, una pequeña humillación que las mujeres se acostumbran a sobrellevar desde pequeñas. "Hice cosas que entonces pensaba que eran como un juego y que ahora sé que son ofensivas", dice esa bolsa de músculos desinflados que es el Schwarzenegger de hoy, y se nota que pide perdón con la boca pequeña, porque en realidad se encuentra estupendo a sí mismo y le encanta pellizcar culos de chicas. Schwarzenegger representa ese lado grosero y zafio de la realidad, el abuso sobre los más débiles, el statu quo de una pequeña vida miserable. Perfectamente reconocible por los millones de pellizcadores que hay en el mundo, Schwarzenegger va a ganar también por eso.

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