Crítica:

La fotografía se mueve

Al contrario de lo que les sucediera a la pintura o a la escultura, la fotografía es, además de un lenguaje artístico, un lenguaje científico y, sobre todo, una herramienta cotidiana. Su omnipresencia en la cultura visual y su propia capacidad de reproducción dificultan todavía hoy -164 años después de su invención como instrumento para documentar y 75 años después de que artistas como Alfred Stieglitz reclamaran para sus trabajos el aura de la originalidad- su reconocimiento como medio artístico. ¿Qué hace artística una fotografía? Lo mismo que permite distinguir entre construcción y a...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Al contrario de lo que les sucediera a la pintura o a la escultura, la fotografía es, además de un lenguaje artístico, un lenguaje científico y, sobre todo, una herramienta cotidiana. Su omnipresencia en la cultura visual y su propia capacidad de reproducción dificultan todavía hoy -164 años después de su invención como instrumento para documentar y 75 años después de que artistas como Alfred Stieglitz reclamaran para sus trabajos el aura de la originalidad- su reconocimiento como medio artístico. ¿Qué hace artística una fotografía? Lo mismo que permite distinguir entre construcción y arquitectura o entre ruido y música: un resultado, por encima de una intención. La fotografía ha vivido tan cerca del público que esa cercanía ha borrado su misterio y, consecuentemente, ha enmascarado sus posibilidades creativas. Sin embargo, y paradójicamente, ha sido esa misma familiaridad la que le ha ofrecido las mayores posibilidades de convertirse en un instrumento subversivo alejándose de la documentación para acercarse a la creación. La desconfianza ha sido la clave de buena parte de la fotografía artística de las últimas décadas. La apropiación y la simulación, asociados a una herramienta sojuzgada como reproductora, constituyeron la base conceptual en la que afloraron los mejores ejemplos de arte fotográfico durante los años ochenta: la propia fotografía escenificaba su crítica de la representación y anunciaba su peligro -su capacidad manipuladora y engañosa- al tiempo que recuperaba su enigma.

IMÁGENES EN MOVIMIENTO

Museo Guggenheim Bilbao

Abandoibarra Et.2

Hasta la primavera de 2004

Hoy la fotografía no ha abandonado las estrategias conceptuales exploradas por los artistas de las últimas décadas, pero -como señala Nancy Spector, comisaria de la muestra de la colección permanente del Guggenheim, Imágenes en movimiento- se ha convertido en "un medio polimorfo que se expande hacia el exterior incluyendo al vídeo, al cine y a las nuevas tecnologías digitales". La nueva fotografía se mueve y con eso busca conmover. Los 55 artistas incluidos en esta exposición -desde la suiza Pipilotti Rist (1962) hasta el albanés Anri Sala (1974) pasando por el norteamericano Matthew Barney (1967)- ni retratan ni analizan, inventan mundos nuevos. Algunos construyen escenarios inventados para luego fotografiarlos, como el alemán Thomas Demand (1964), que retrata lugares fabricados con papel, o el norteamericano Gregory Crewdson (1962), que recoge imágenes de la vida provinciana desde las que, en la línea de David Lynch, habla de la extrañeza de lo cotidiano.

Pero si algunos fotografían luga-

res que no existen, otros, como la holandesa Rineke Dijkstra (1959), hablan de cuerpos sin edad, de épocas de transición que desdibujan al individuo, tal y como puede verse en su serie de retratos Playas (1996) en la que personas fotografiadas en distintos países y enmarcadas por el mar y el cielo hablan un incómodo idioma común. Otra zona ambigua, entre la represión y la identidad, es precisamente la que explora la iraní Shirin Neshat (1957) en sus trabajos. El Guggenheim muestra su obra Pasaje (2001), un encargo del compositor Philip Glass sobre los ritos funerarios entendidos como obra de arte. Imágenes en movimiento e imágenes con sonido, la fotografía actual se mueve -como apunta Spector- a un paso del cine. De ahí su impacto. Entre los artistas seleccionados por ella pocos sacan tanto partido de esa cercanía como la norteamericana Anna Gaskell (1969), cuyas puestas en escena pueden leerse como episodios de una narración. En la serie Maravillas (1997), por ejemplo, Alicia aparece como víctima y opresora a la vez y su inestabilidad se refleja en el formato de las imágenes. Los artistas que exponen en el Guggenheim proponen y, como los fotógrafos más antiguos, ofrecen una visión. Eso trata de probar esta muestra, que la fotografía de hoy se ha dotado de movimiento alejándose, en parte, de objetivos conceptuales, pero ofreciendo un aluvión de sugerencias. De la fascinación al miedo, de la atracción al asco: todo cabe ya en este medio cercano que se redefine constantemente.

'Soliloquio III', de Sam Taylor-Wood, en 'Imágenes en movimiento'.

Archivado En