DON DE GENTES

Los siete enanitos

QUE TENÍA la autoestima muy baja. Me lo dijo el psicólogo hace años, cuando yo todavía creía que lo mío tenía cura. El psicólogo decía que yo tenía la autoestima baja y que por eso estaba tan acomplejada, y yo decía que la tenía alta y que por eso estaba tan acomplejada. Y eso producía fuertes tensiones entre nosotros, la verdad, porque los psicólogos tienen una teoría sobre ti, y oyes, que no se apean del burro. Yo le decía que eso de la autoestima baja es un camelo, que lo que ocurre es que las personas queremos ser más de lo que somos. Por soberbia. Yo (por poner un ejemplo recurrente) soy ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

QUE TENÍA la autoestima muy baja. Me lo dijo el psicólogo hace años, cuando yo todavía creía que lo mío tenía cura. El psicólogo decía que yo tenía la autoestima baja y que por eso estaba tan acomplejada, y yo decía que la tenía alta y que por eso estaba tan acomplejada. Y eso producía fuertes tensiones entre nosotros, la verdad, porque los psicólogos tienen una teoría sobre ti, y oyes, que no se apean del burro. Yo le decía que eso de la autoestima baja es un camelo, que lo que ocurre es que las personas queremos ser más de lo que somos. Por soberbia. Yo (por poner un ejemplo recurrente) soy muy soberbia: si no, de qué iba a estar tan frustrada por no tener un físico más potente. Lo lógico sería que me conformara, como todas las escritoras de mi generación. Creo que la vida me tenía que haber dotado mejor, porque tengo alma de tía extraordinaria, aunque luego el cuerpo no me secunde. Actualmente ya no creo ni en los psicólogos ni en las cremas reafirmantes. Como lo oyes.

Es que cuando a una se le quita la fe se pone tremenda. Así mismo se lo dije a Martina Klein, a la cual vi en el backstage de la Pasarela Cibeles. Nos hicieron una foto. Ella me dijo que me leía y yo le dije que la admiraba. Porque es verdad. Ya sé que los ojos que ella tiene, claros y así como caiditos y medio cerrados, se los regaló la madre naturaleza, pero el caso es que los tiene y la admiro por eso. Ya sé que lo intelectual tiene valor, ya me sé ese rollo, pero si a mí (una hipótesis) antes de nacer me hubieran dado a elegir entre los ojitos de Martina Klein y este espacio que me brinda el periódico para que escriba mis tonterías, hubiera elegido los ojitos. Lo digo desde la sinceridad descarnada. Es que ponte en mi lugar: tú miras a Martina Klein y luego te miras a ti en un espejo del backstage al tiempo que posas para dicha foto y, francamente, en ese momento histórico se te hiela la sonrisa y dejas de creer en las cremas reafirmantes y empiezas a creer en la injusticia genética. Estuve viendo el precioso desfile de Roberto Torretta, al que llegué bastante más tarde que Gallardón y sus Gallardonas pero es que yo soy muy princesa. Me sobra autoestima. Después me colé para ver la colección elegante, intemporal, de Jesús del Pozo, y allí estuve haciéndome fotos con sus modistas, Teresa y Consuelo, que son de mi altura y son divinas y no tienen problemas de autoestima (como yo) aunque se pasen la vida ajustando los vestidos a esas bellas libélulas. Y también vi a mi admirado Miguel Palacio, que dicen que es la promesa, y yo lo rubrico. Y a la bella Nieves Álvarez, a la que no dije (pero lo pensé en su cara) que la que tenía que haber hecho el anuncio de la anorexia hubiera tenido que ser yo, porque, como todo el mundo sabe, yo problemas con la comida no tengo. Me gusta todo. Hace sólo un año yo no me hubiera retratado con semejantes bellezas porque mi autoestima no me hubiera permitido rebajarme, pero el Diocepán me sienta muy bien. Hace un año, por ejemplo, lo pasé fatal comparando mi cutis con Yoko Tanaka, la señora del embajador de Japón. Es que el embajador de Japón nos invita todos los septiembres a cenar en su casa. Es una tradición que empezó el año pasado, pero yo lo escribo aquí, para que el señor embajador se sienta obligado a invitarnos siempre. Ya te digo, tuve a la embajadora con su cutis reluciente enfrente de mí toda la cena y no daba crédito. Le hice muchas preguntas sobre los beneficios de la alimentación oriental y a resultas de aquello he pasado un año comiendo Tofu: Tofu plancha, Tofu a la vasca, Tofu pil-pil. Pero he comprobado, desconsolada, que tanto Tofu no me ha servido para nada a nivel piel. Eso sí, a nivel personal me ha servido para odiar el Tofu. En total, que he dejado de creer en los psicólogos, las cremas reafirmantes y el Tofu. Por ese orden. Esta vez me tocó a mi vera un señor japonés muy simpático que se llamaba Kazuo ("hombre de paz") y que me contó un chiste superespañol que aprendió en Salamanca. No me acuerdo del desarrollo, pero sé que al final Logroño rimaba con coño. Divino. Luego, el risueño académico Ignacio Bosque y yo le dimos unas nociones a Kazuo de español inútil. Bosque contó que tiene un amigo que se compró un loro. Su amigo quería enseñarle una frase a ese loro y después de pensar mucho qué frase elegía, se decantó por: "Bueno, pues nada", y según Bosque su amigo está contentísimo porque dice que el loro la suelta en esos momentos de silencio espeso que se hacen en todas las casas y eso hace mucha compañía y evita muchos divorcios. Bosque le enseñó a mi compañero japonés la frase del loro. Luego yo le enseñé a decir "en fin", y luego le enseñamos "vaya, vaya", y aquel hombre de paz se hizo con un repertorio que ni en Opening. Vamos, tú pones ahora mismo a Kazuo a responder en la comisión de investigación de Madrid y da el pego. Dice Bicoca, sobre mi problema de autoestima, que a lo mejor es que me he equivocado de cuerpo en esta reencarnación. No te digo yo que no. Porque yo me noto muy princesa. Y hablando de princesas: la pequeña monegasca se merendó primero al director del circo, ahora al equilibrista... Creo que cada vez que los enanos ven aparecer a Estefanía por la pista salen escopetaos. Qué divinos, no me digas.

Sobre la firma

Archivado En