Tribuna:DESDE MI SILLÍN | VUELTA 2003 | 13ª etapa

Interminable

Mirabas al horizonte y veías dos, tres, no..., perdón, cuatro globos hinchables de ésos de publicidad que te indicaban que te faltaban 8, 7, 6 y 5 kilómetros respectivamente para la meta. Cruzabas por debajo del primero y tenías la sensación de que la bici no avanzaba, de que todo el esfuerzo estaba siendo en balde porque alguien tiraba de tí hacia atrás. Tu objetivo no era ni mucho menos hacer un buen tiempo; tan sólo querías llegar lo antes posible a la meta para contar un día más en tu casillero, pero los elementos no colaboraban y te obligaban a desgastarte más de la cuenta. Al igual que l...

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Mirabas al horizonte y veías dos, tres, no..., perdón, cuatro globos hinchables de ésos de publicidad que te indicaban que te faltaban 8, 7, 6 y 5 kilómetros respectivamente para la meta. Cruzabas por debajo del primero y tenías la sensación de que la bici no avanzaba, de que todo el esfuerzo estaba siendo en balde porque alguien tiraba de tí hacia atrás. Tu objetivo no era ni mucho menos hacer un buen tiempo; tan sólo querías llegar lo antes posible a la meta para contar un día más en tu casillero, pero los elementos no colaboraban y te obligaban a desgastarte más de la cuenta. Al igual que la gran mayoría, no habías salido a disputar la contrarreloj. Sabías de sobra que esta parada intermedia sólo interesaba a los que disputaban la general y a tres o cuatro más que aspiraban a la etapa. Así que tan sólo querías pasar el día lo mejor posible.

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El viento lateral te castigaba y te obligaba a estar siempre alerta a los bandazos de tu rueda lenticular. Cuando desviabas la vista de la carretera, veías un llano inquebrantable. Las llanuras con el rastrojo del cereal y los campos en barbecho eran tus únicos espectadores en gran parte del recorrido. Cobijados en las pocas sombras se encontraban los espectadores humanos, que -gracias al cartel con tu apellido que portaba tu coche seguidor- te ofrecían unos ánimos individualizados.

Cuando la volvías, la vista, a la carretera, te obligabas a seguir con tu trayectoria esa línea blanca continua y recta que parecía no tener fin. Tratabas de colocarte en paralelo a ella, a unos pocos centímetros, y, una vez allí, bajabas la vista al suelo y te concentrabas en el esfuerzo. Derecha-izquierda, derecha-izquierda..., y así durante unos minutos hasta que, cansado por la interminable recta, volvías a perder la concentración. Y vuelta a empezar. De vez en cuando, por tu cabeza pasaban fugaces pensamientos que lograban evadirte por momentos y te ayudaban a llegar al final de la recta. Y entonces, después de una leve curva, te encontrabas de nuevo con otra interminable recta. Y volvías a empezar.

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