Columna

En la ciudad de los prodigios

La historia es desgraciadamente bien conocida: un día de 1997 se filtraba a la prensa un escándalo mayúsculo: la desarticulación de una supuesta red de pederastia que, instalada en el corazón del barrio chino de Barcelona, ese que desde hace unos años llamamos democrática, asépticamente el Raval, hurgaba en los más míseros rincones de la pobreza y la marginación social para devolvernos una trama alucinante. Educadores de calle que abusaban de niños de ambos sexos gracias a alcahuetes, en muchos casos nada menos que los propios padres de las criaturas; políticos con responsabilidades en el barr...

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La historia es desgraciadamente bien conocida: un día de 1997 se filtraba a la prensa un escándalo mayúsculo: la desarticulación de una supuesta red de pederastia que, instalada en el corazón del barrio chino de Barcelona, ese que desde hace unos años llamamos democrática, asépticamente el Raval, hurgaba en los más míseros rincones de la pobreza y la marginación social para devolvernos una trama alucinante. Educadores de calle que abusaban de niños de ambos sexos gracias a alcahuetes, en muchos casos nada menos que los propios padres de las criaturas; políticos con responsabilidades en el barrio que las aprovechaban para saciar sus inconfesables instintos; grabaciones en vídeo de todo tipo de actos sexuales con criaturas. Un escándalo con todas las letras.

Joaquim Jordà acaba de ultimar su esperado documental sobre el 'caso Raval'

Sólo que el tal escándalo, lo desveló en estas mismas páginas Arcadi Espada, primero con sus crónicas sobre el suceso, luego en un libro tan magistral como de dolorosa lectura -Raval. Del amor a los niños-, y lo terminó de confirmar, a pesar de todas las reservas, la propia sentencia de la Audiencia de Barcelona, que juzgó a los involucrados; el escándalo, digo, distaba mucho de ser como aparecía. En verdad, y más allá de los dos únicos condenados en firme, el caso de pederastia lo fue de las rutinas periodísticas que divulgaron informaciones sin contrastar, compadrearon con policías más preocupados por sus trienios y por la pugna con los Mossos d'Esquadra con competencias sobre menores que por el esclarecimiento de la verdad. Y lo fue también el de un siempre vigilante buon senso dispuesto a zanjar el asunto elevando la voz para, por encima de la confusión de unos hechos cualquier cosa menos claros, gritar su inapelable "¡culpables!" sin pararse en sutilezas como justicia o inocencia.

El tema sigue vivo estos días porque Joaquim Jordà, nuestro particular, necesario Pepito Grillo, acaba de ultimar su largamente esperado documental sobre la materia, Juegos de niños, que será programado en los próximos días en el Festival de San Sebastián. En apretadas tres horas y pocos minutos, Jordà mete su cámara a modo de escalpelo en el casoRaval para, de alguna manera, continuar el hilo histórico del ensayo de Espada. Lo hace, además, ampliando las conclusiones a las que llegaba el periodista, centrando su enfoque en la realización del juicio a los supuestos culpables -¡hay que ver qué concepto de justicia muestran las imágenes!-, pero apuntando también en otras direcciones: hacia la historia del barrio en los últimos años, hacia la utilización política del escándalo para sanear inmobiliariamente el Raval, sin olvidar, por supuesto, el drama íntimo de los ciudadanos acusados injustamente por una maquinaria social imparable y la acusación directa a los periodistas que, durante aquel triste verano de 1997 y en los meses que le siguieron, parecieron olvidar de golpe toda la deontología aprendida en la Universidad y en la vida.

Será, no es difícil augurarlo, una película de difícil digestión. Porque nos recuerda muchas cosas que quizá a algunos no les gusta recordar, desde la desidia o, más grave aún, los apriorismos profesionales hasta el, más que piadoso, siniestro silencio que cayó luego sobre algunos de los inocentes involucrados en la trama, que jamás volvieron a vivir como solían. Pero será también un saludable ejercicio de inmersión en la realidad. Porque como bien recuerda en el filme otro de nuestros contemporáneos imprescindibles, el antropólogo Manuel Delgado, por encima de los designios de los políticos y de los planificadores de las ciudades se yergue, tozuda, la dura realidad de los hombres y mujeres que, sin ceñirse a planes, van, vamos construyendo la ciudad real día a día con nuestros deseos, nuestra cabezonería; desde nuestras más secretas frustraciones. De esas cosas habla Jordà: de con qué tipo de ciudadanos se construye la vida social en un tiempo histórico revuelto. Y por eso es Juegos de niños un testimonio imprescindible para entendernos mejor: creo que no se puede decir nada mejor de una película.

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