Tribuna:DESDE MI SILLÓN | VUELTA 2003 | Segunda etapa

Clase de interpretación

Ayer tocó clase de interpretación.

En la salida estuve hablando con dos chicas que estudian respectivamente producción y realización.

Yo, entonces, no sabía nada, pero ahora, tras la etapa, acabo de caer en la cuenta de que lo que a mí me gusta es la interpretación.

Así que, menos dinero, tenemos todo lo necesario para poder llegar a montar una película.

Pero, bueno, no es ahí donde voy, aunque, si alguno se anima con lo de la financiación, ya le pasaré mi teléfono.

Pero lo de la interpretación de ayer no fue en el sentido al que nos acostumbró el estadounide...

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Ayer tocó clase de interpretación.

En la salida estuve hablando con dos chicas que estudian respectivamente producción y realización.

Yo, entonces, no sabía nada, pero ahora, tras la etapa, acabo de caer en la cuenta de que lo que a mí me gusta es la interpretación.

Así que, menos dinero, tenemos todo lo necesario para poder llegar a montar una película.

Pero, bueno, no es ahí donde voy, aunque, si alguno se anima con lo de la financiación, ya le pasaré mi teléfono.

Pero lo de la interpretación de ayer no fue en el sentido al que nos acostumbró el estadounidense Lance Armstrong en uno de sus cinco Tours ganados: en aquél en el que simuló ir muerto, con gestos y muecas a cada cual más llamativos, para resucitar sacando pecho en cuanto vio la primera rampa de l'Alpe d'Huez.

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No.

A mí, ayer, me tocó interpretar lo que pasaba en cada momento sacando rápidas conclusiones que pasaba automáticamente a calibrar con las sensaciones que tenía en mis piernas en esos momentos.

Esto es, el arte de los viejos zorros.

Saber leer la carrera desde un punto de vista global, sin olvidar nunca que quedan tres semanas; controlar en todo instante tus reservas de fuerzas y saber muy bien cuándo y dónde es el momento de administrarlas.

Todo empezó porque me calenté.

Pasaba por la cabeza del pelotón, vi ciertas caras fatigadas y, sin pensármelo dos veces, ataqué sin mirar atrás.

Circulé unos cuantos kilómetros en solitario hasta que me alcanzó primero un corredor y más tarde otros dos.

Colaborábamos y, mientras tanto, iba pensando: primer día, etapa corta, un puerto duro al final; o se paran atrás y nadie coge la responsabilidad o no hay nada que hacer.

Evidentemente, fue el equipo de la ONCE el que la cogió. Así que, a pesar de ir rápidamente, tan sólo teníamos dos minutos de ventaja.

Cuando, mediada la etapa, llegó un puerto de segunda categoría, puse la computadora central a funcionar y, viendo que mis piernas no estaban para echar cohetes, HAL me ordenó que levantase el pie, que guardase para cualquier otro día.

Y yo, interpretando mi dolor de piernas y el veredicto de HAL, decidí hacerle caso.

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