Columna

Alivio Mariano

En sus memorias Fraga narra que un personaje político le dio, como argumento para su propia presencia en un Gobierno, que era mejor que fuera ministro porque se conocía a sí mismo y, si no lo era, lamentablemente conspiraría. Pío Cabanillas no llegó a formar parte de aquel Gabinete, el primero de la Monarquía, pero sí de otro más decisivo, el de 1977. Político centrista y habilidoso cualquier breviario de política empírica tendrá que incluir una sabia sentencia suya: "De frente, nunca".

La elección de Rajoy como candidato a la presidencia, en una especie de primera vuelta en que de verd...

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En sus memorias Fraga narra que un personaje político le dio, como argumento para su propia presencia en un Gobierno, que era mejor que fuera ministro porque se conocía a sí mismo y, si no lo era, lamentablemente conspiraría. Pío Cabanillas no llegó a formar parte de aquel Gabinete, el primero de la Monarquía, pero sí de otro más decisivo, el de 1977. Político centrista y habilidoso cualquier breviario de política empírica tendrá que incluir una sabia sentencia suya: "De frente, nunca".

La elección de Rajoy como candidato a la presidencia, en una especie de primera vuelta en que de verdad sólo ha votado Aznar, ha producido, ante todo, alivio. La confrontación practicada desde La Moncloa produce sólo hartazgo y adicción en la izquierda y en la derecha. Algunos abominan del clima de consenso y es cierto que, de aplicarse a todo y siempre, haría desaparecer la política. Pero el clima de la vida pública española hoy no es de normalidad: sólo se pide restaurarla.

El autor de las presentes líneas tiene el dudoso mérito de haberse convertido en adulador prospectivo cuando tituló una columna como ésta "Bendito Mariano", en octubre de 2001. No se refería precisamente a Larra. Las virtudes del ahora elegido han sido debidamente ponderadas; tan sólo merece la pena insistir en dos sobre las que no se ha llamado bastante la atención. Ha sido el único vicepresidente político que ha funcionado como tal: Abril, Guerra, Serra -éste debido a las circunstancias- y Cascos acabaron regular con su superior y Aznar no debe ser fácil como tal. Pero Rajoy tiene la característica de ser un político hipotenso que transmite, además, este rasgo a su alrededor, "rara avis" en la política española. Ahora que las luces, en el escenario político, se concentran sobre él le llega la hora de demostrar su verdadera valía. En el partido de las gaviotas ha sido un halcón, pero ahora veremos si se convierte en águila o declina hacia el vuelo gallináceo.

"Que cambien ellos", ha proclamado un periodista de derechas. Pues bien, no. El PP tiene tras de sí, en esta segunda legislatura, una situación económica próspera y eso le sumará votos. Pero si en su primera etapa de Gobierno mereció un aprobado en la suma de su obra de Gobierno, en la segunda parece difícil librarle del suspenso. Con malos modos y grave irresponsabilidad se rompió el consenso social, también en política exterior. Hemos llegado, en estrecha colaboración entre Gobierno y oposición, a un nivel de calidad de nuestra democracia que bordea mínimos nunca imaginables. Casi todo lo que el PP reprochaba a González a mediados de los noventa lo ha reproducido ahora. A Rajoy se le pide voluntad y habilidad para contribuir a superar esa situación.

Claro está que será juzgado no por las virtudes que demuestre sino en la comparación con las de su principal oponente. Lleva el señor Rodríguez Zapatero unos meses casi desaparecido. ¿Es persona de tiempos lentos o está noqueado por el agobio creado por las circunstancias desfavorables? Las mejores declaraciones que ha realizado han consistido en preferir a Rajoy y adelantar que sería el designado. Sabe que su relación con la oposición ha sido cordial pero que es enemigo correoso. No tiene sentido soltar la acusación de continuismo hasta que no se palpe.

He ahí otra clave de estos días. Sabio entre los sabios, Pío Cabanillas decía que, en realidad, Aznar se parecía más a Franco que a Fraga. No se tome como ofensa sino como descripción: el general tenía muchas, casi todas, las pequeñas virtudes (si se quiere habilidades) políticas. En ellas también ha brillado Aznar y buena prueba es su programación de la sucesión y de la crisis. Ahora bien, lo que siempre ha sido evidente en el actual presidente, como en el general, es un déficit de grandeza y magnanimidad. Creo que hay que empezar a dedicarle necrologías políticas. Al hacerlas se descubrirá que acarició las virtudes del estadista en ciertas ocasiones, contadas pero indudables: en la firmeza de la política económica, al indultar en su momento y al prometer irse a los ocho años. Ahora le falta cumplir esto último de verdad.

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